La búsqueda del ikigai y del kodawari
Su título: "Shiawase-dô. Los 15 principios japoneses hacia una vida plena y feliz" (Zenith, 2019). Su autor: Alex Pler, librero y escritor español, viajero frecuente de las islas de Japón, admirador de su cultura y tradiciones.
Insisto: lo que me atrajo fue el libro-objeto, y por ello comencé a leer en la misma librería, y lo que leí me atrajo también. No tengo especial relación con la cultura japonesa, pero sí me gusta aprender otros conceptos e ideas, propios de modos de vida muy distintos al mío. Así que lo compré. He comenzado a leerlo y me ha sorprendido.
Shiawase significa "felicidad", y dô, "camino". La narración es vivencial y clara. "Con este libro -nos dice Pler- intento compartir algunas de las lecciones de vida más positivas que he ido descubriendo en ese fascinante país a lo largo de mis lecturas y de mis viajes". Antes, explicó que nunca se ha planteado vivir en Japón, que gusta de estar sólo de visita porque así puede quedarse con su visión idealizada, "mantener el idilio, quedándome solo con lo bueno". Leí eso y recordé algunos de mis viajes. He sentido lo mismo, ese enamoramiento platónico por ciertas ciudades que visité pero en las que no vivo. Y afirma: "Puede que sea una actitud egoista, prefiero recordar los jardines zen sin tener que sufrir las jornadas laborales extenuantes, por ejemplo".
Compro la idea: puedo aprender cosas de esa cultura que me es tan lejana (no sólo físicamente); cosas que me sirvan para mi vida aquí y ahora. Sólo he leído dos de los quince capítulos, todos con nombres en japonés, y me está gustando mucho. Me ha dado temas para pensar. Les cuento algo de los dos primeros: IKIGAI y KODAWARI.
IKIGAI significa "razón de vida", esa motivación "gracias a la que uno se levanta con energía e ilusión cada mañana". El autor nos cuenta que la primera vez que leyó esa palabra fue en una nota al pie de página de un poema japonés. "El traductor aclaraba que había tenido que traducirla por 'levantarse con ilusión por el nuevo día' y me pareció una palabra fascinante", nos confiesa. Pero luego aclara que la había entendido como sinónimo de "objetivo" o "finalidad", que es lo que nos han enseñado desde pequeños: a fijarnos metas y ceñirnos a ellas. Cualesquiera metas: un grado académico, una posición laboral, un proyecto (escribir una otra de teatro o aprender a manejar moto o a cocinar paella), lo que sea. Debes plantearte metas, nos dicen. Es una obligación, y para ello hasta inventaron el año nuevo... para hacer propósitos vacuos (los odio).
Porque, ¿qué sucede cuando los sueños no se cumplen, aunque lo intentemos muchas veces y con honestidad, dando lo mejor de nosotros? Frustración. ¿Y qué ocurre si los sueños sí se cumplen y nada cambia? Perplejidad. "Los sueños que se cumplen pueden ser muy crueles", nos advierte. ¿Entonces?
Transcribo su elocuente respuesta: "El ikigai es algo más esencial; no es un objetivo concreto que podamos alcanzar, sino un modo de vida. Aplicar nuestra mayor pasión a todo lo que hacemos, o al menos levantarnos de la cama con ganas de intentarlo. Es algo más íntimo y sutil para lo que no nos han preparado (...). ¿Qué nos llena? ¿Qué nos proporciona verdadera felicidad? La respuesta será diferente para cada persona, y no siempre la responderemos a la primera... Cuando lo encontramos, se filtra en todo lo que hacemos. Es como cuando estamos enamorados y todo nos recuerda a esa persona. Así nos olvidamos de cualquier objetivo previo y nos esforzamos por lograr la mejor versión de nosotros mismos para estar a la altura de las circunstancias. Hacerlo no es fácil porque no es lo que nos han enseñado. Nos educaron para pensar siempre en lo que lograremos con nuestro esfuerzo, y nunca nos insinuaron siquiera que el proceso pudiera disfrutarse".
El autor nos invita a proponernos como objetivo descubrir el propio ikigai y nos recomienda usar como herramienta un daruma, un amuleto japonés que sirve para alcanzar metas (ver la imagen que acompaña este escrito). Funciona así: se le pinta un ojo y se coloca en lugar visible. El daruma nos servirá como recordatorio permanente del objetivo (en eso se parece a un gatget muy simpático que me regalaron, un corrector de postura, para acostumbrarse a estar erguido y evitar problemas de espalda). Cuando alcancemos el objetivo, le pintamos el otro ojo. Fácil y práctico.
El segundo capítulo se llama KODAWARI, que significa compartir con alegría el talento en lo que sabemos que somos buenos. No por la recompensa ni por el éxito ni por alardear, sino con humildad, aunque los esfuerzos sean invisibles para los demás. Esmerarse con deleite, dar importancia a cada detalle, actuar por amor al arte. Una especilización en la que volcamos todo nuestro talento y cariño. Vale preguntarse: ¿en qué somos buenos? ¿O acaso pretendemos ser buenos en todo?
La calidad de este libro (tanto el objeto como el texto) podría ser un buen ejemplo del kodawari de su autor y de las personas que trabajaron en él.
Hay mucho que aprender.