jueves, diciembre 22, 2005

King Kong en el Empire State (1)

Peter Jackson se ha salido de nuevo con la suya.

Recuerdo que un primero de enero de algún año de la década de los 70 estrenaron en mi país la versión de King Kong producida por Dino de Laurentis. Lamentable película de un hombre en un disfraz. No fue sino hasta este año en que -gracias al DVD- pude ver la película original, de 1933. Y la vi justo unas horas antes de ir al cine para disfrutar la versión de Jackson. Para los que no las han visto, les recomiendo ese proceso. Porque el joven director neozelandés redefine el término "remake" de un modo novedoso e inédito. Y eso convierte a su película -desde mi punto de vista- en obra maestra.

El que haya visto la versión original -un clásico indestructible- disfrutará el doble la nueva versión: Jackson hace un verdadero homenaje a la cinta que decidió, desde niño, su futuro profesional. Su filme está lleno de elementos que trascienden el tiempo y ligan 1933 con el 2005. Pero a la vez, recrea la historia, la expande -de los 104 minutos originales, a más de 180- y la llena de sentido: como si hubiese descubierto aquello que permaneció implícito desde el inicio. Y no me refiero a los efectos especiales, ni a las imágenes de CGI, ni al sonido digital actual, ni a la magnífica banda sonora original de James Newton Howard. Me refiero sobre todo al tema central de la historia: la relación entre la bella y la bestia, que esta vez alcanza valores poéticos por medio de sus inspiradoras imágenes.

Ann Darrow y Kong logran crear un lazo en el cual también nosotros podemos participar. Un lazo nuevo, muy distinto a los anteriores. El mismo Peter Jackson lo ha explicado con detalle. En la película de 1933, el personaje protagonizado por Fey Wray es tan sólo una rehén. De ahí sus gritos permanentes. De Laurentis otorgó a la relación entre bella (Jessica Lange, en su primer papel en el cine) y bestia un aroma sutilmente sexualizado. Pero ahora, Naomi Watts y Kong (Andy Serkis) establecen un lazo personal en el que bastan las miradas. Las dos escenas en la cumbre -una en Skull Island, y la otra en la punta solitaria del Empire State de 1933- son su punto culminante. En una, el atardecer; en la otra, el alba. La mirada de Kong -Serkis, por medio de la mayor tecnología disponible en la actualidad- se cruza con la mirada de la rubia actriz. Y con ambos, los espectadores, atónitos, repetimos al ver los celajes: "Es hermoso".

No permitan que el amargo recuerdo de la pomposa versión de los 70s los prejuicien. King Kong de Peter Jackson va a permanecer mucho tiempo sobre el Empire State, trayendo al presente algunos valores humanos -y cinematográficos- casi olvidados. Los críticos ponen calificaciones y estrellas. Como yo no lo soy, sólo les diré con honestidad: la disfruté tanto que sería lamentable que ustedes no lo hagan.