lunes, diciembre 26, 2005

Libertad para cambiar de opinión

Quizá hoy nos simpatiza un sujeto que ayer nos caía mal. Tal vez hoy dudamos de las bondades del político que escogimos meses atrás. Es posible que hoy aceptemos cuestionamientos sobre los dogmas que, por años, dominaron la vida personal o social. A lo mejor hoy vendemos nuestros libros o discos viejos porque ya no nos gustan. Libertad para cambiar de opinión. Para algunos, es signo de debilidad. Creo que se equivocan: de ordinario, cambiar de opinión no es fácil. Requiere valentía: para rectificar, para reconocer errores, para eliminar prejuicios, para buscar constantemente ser libres. 

En ese proceso hasta se puede perder amigos. ¡Y qué más da! Las cosas, las estaciones, las prioridades y las necesidades cambian, y con ellas "que yo cambie no es extraño", diría Violeta Parra.

Hay que aprender a desaprender. José García-Monge afirma que “desaprender es una decisión de nuestra libertad modesta y real. Supone no el cambio por el cambio, sino el cambio por el maduro intercambio con la realidad de dentro y fuera de nuestra persona. Conlleva un diálogo serio, escuchador, analítico que pondere, reflexione, sienta y consienta. Supone un aprendizaje continuo, una formación permanente... la flexibilidad versus el dogmatismo...” Por ello, afirma que las escuelas, las universidades y otras instituciones de aprendizaje “podrían, más matizadamente, saber u transmitir que sus conocimientos académicos son, en gran parte, seriamente provisionales, y enseñar una distancia crítica del alumno ante el profesor” (14 aprendizajes fundamentales. Desclée, 1998).

No es fácil decirnos ni decir “estaba equivocado”, “confundí un momentáneo apeadero con la estación final”. Pero hacerlo es, muchas veces, una reivindicación de la libertad. Hay que saber que allí donde llegan los trenes, también parten, y que a veces hay que bajarse del tren para seguir caminando hacia rumbos desconocidos.

Más joven, tenía la cabeza llena de ideas prefijadas, e incluso respondía airadamente a quien las cuestionaba. Paradójicamente, en medio de ese pavimento desértico que era mi personalidad, se abría espacio la creatividad, la crítica, el odio a la censura y el amor a la libertad de pensamiento. Tales contradicciones internas me confundían. Pero los años me han enseñado mejor los rasgos específicos de mi manera del ver el mundo (muy diferente a la de mi juventud). 

Por ello, defiendo que si nuestra alma nos dice que debemos modificar nuestra opinión, reescribir nuestra biografía, decir basta, cambiar nuestros gustos, creencias o actitudes, tenemos la libertad para hacerlo, y debemos hacerlo. Y que también poseemos el derecho de exigir que se olvide lo que éramos antes; de construir una vida en el presente, sin las ataduras de nuestras decisiones y pensamientos pasados, a menos que sigan estando vigentes.

Porque, ciertamente, hay cosas que permanecen y adquieren estabilidad en nosotros, pero deben sobrevivir no a fuerza de que nada cambie, por simple tradición o inercia, sino porque, en nuestra constante búsqueda de la verdad y de la felicidad, nos siguen importando igual (o más) que ayer. De modo que tener libertad para cambiar de pensamiento implica también la libertad, luego de un análisis crítico, para conservarlo, si es nuestro actual deseo. Y así, lo permanente existe en nuestra vida e ideas, pero en forma libre y meditada. 

 La sociedad resiente que asumamos el reto del ejercicio de nuestra libertad de pensamiento. ¿Saben por qué? Porque con ella demostramos que no somos seres inertes, sino vivos; un poco salvajes, difíciles de domesticar; rebeldes, inconformistas, analíticos y críticos. Demostramos que no nos bastan los argumentos de autoridad, que no aceptamos ni la censura ni la dominación cultural, que no estamos a gusto con el modelo actual usado para la repartición de la riqueza, y que estamos dispuestos a renovarnos enteramente, como la naturaleza. Si decidimos cambiar nuestra manera de pensar, algunos nos tacharán de débiles, traidores, herejes o peligrosos, y hasta nos quitarán el habla. 

Eso no debe importar, si al final reivindicamos el derecho de ser y de pensar por nosotros mismos, con libertad y en libertad, cambiante, viva y despierta.