lunes, septiembre 11, 2006

Los acontecimientos del 11 de septiembre

Cinco años hace que miles de personas inocentes murieron de manos de unos secuestradores y terroristas.

Algunos de esos inocentes viajaban en aviones y se dirigían a sus casas, trabajos o a visitar a algún pariente. Pero los aviones no llegaron a su destino. Otros, comenzaban su aburrida jornada laboral en alguna de las miles de aburridas oficinas y despachos instalados en las gigantescas torres o en el edificio pentagonal, trabajando con poca o mucha motivación, esperando unos días de descanso o un ascenso. Pero ni el descanso ni el ascenso llegaron, porque no hubo mañana. Otros, ante la emergencia, acudieron al lugar mientras los demás huían, y en cumplimiento de un deber autoimpuesto, subieron a rescatar a las víctimas y pusieron en peligro sus vidas, esperando salvarlas. Pero en muchos casos la ayuda no llegó, porque no hubo después.

Varios miles de personas inocentes murieron ese día. Y todos fuimos testigos de su destrucción.

Alguien, desde la distancia, sin conocerlos, sin consultarles, sin saber quiénes eran o qué pensaban, sin verificar cuál era su visión del mundo ni sus ideas políticas o religiosas; sin preguntar si eran adversarios o partidarios de su causa, sin tener para ellos ni siquiera la mínima consideración humana, ordenó su muerte. Para el verdugo no eran individualmente relevantes, por lo que su desaparición sería meramente casual. Lo importante para aquel verdugo era el número de muertos, no los muertos en sí; lo importante era el impacto social al transmitir en vivo un asesinato en masa. Lo importante era sembrar terror. La muerte fue sólo un medio.

Los secuestradores suicidas no conocían a sus compañeros pasajeros. El verdugo cobarde, oculto en el desierto como una alimaña, tampoco sabía el nombre de los empleados del World Trade Center. Aún así, ordenó su ejecución. Y no fue una muerte cruenta, pues no hubo sangre: fue peor aún. De muchos de ellos quedó nada. Todos hemos visto esas imágenes, llamas gigantescas quemando todo a su paso, torres colapsando y convirtiendo todo en polvo y ceniza. El aniquilamiento total.

En el cine, la película "United 93" nos trae al presente la reconstrucción de hechos posibles acerca del destino de esa aeronave, escogida para destruir un objetivo para nosotros impreciso, pero que no llegó a él. Los pasajeros decidieron enfrentar su realidad, tomar su destino en las manos, no dejarse vencer por el terror y luchar por el control la nave. El desenlace fue fatal, pero el terrorista no pudo anotar por cuarta vez en ese día. Y a pesar de los daños, el vuelo 93 de United no mató a más inocentes. Por esas vidas salvadas, esos pasajeros son héroes.

La película de Paul Greengrass es respetuosa de ellos y de nosotros, y no cae en clichés baratos. Quizá una de las escenas más poderosas que tiene, aparte de las del final, sea el ver a todos, secuestradores y víctimas, rezar al mismo tiempo, cada uno a su dios (que creen único), unos para pedirle fuerzas para cumplir su misión suicida, y otros, para pedir perdón o para solicitar un milagro. Sobrecogedor.

Próxima a venir, "World Trade Center" de Oliver Stone narra, por su parte, la historia de dos policías atrapados en el colapso de las torres: precisamente las últimas personas rescatadas con vida. Espero con ansias verla, pues al parecer posee cualidades similares que las de la película de Greengrass: respeto, reflexión silenciosa, contrición. Según se dice, no es historia efectista, sentimentalona ni mucho menos propaganda (ninguna película de Stone lo ha sido), sino una historia humana sobre personas humanas concretas.

Porque eso es lo importante que quiero resaltar: fueron personas, miles de personas, las que murieron ese infame día. Hombres y mujeres iguales a mí, cuya única diferencia -y causa de su muerte- consistió en estar en un determinado lugar en New York esa mañana, en la que el verdugo programó muerte, sin importar la identidad de los fallecidos. Y ellos estaban ahí. En cambio, yo estaba en San José de Costa Rica, viendo todo por CNN... Esa fue la única diferencia.

Pero también pude haber estado ahí. Y estaría muerto desde hace cinco años.

Casi tres mil víctimas. Condenadas a muerte sin juicio previo ni derecho de defensa. Nadie les preguntó qué pensaban sobre los problemas geopolíticos del mundo, ni sus creencias religiosas o filosóficas; quizá ninguno tenía intereses individuales en la venta de armas o en la guerra mundial de precios del petróleo; quizá casi ninguno se interesaba de guerrillas o cambios climáticos. Quizá lo único que buscaban era sobrevivir, un día tras otro, en un mundo cada vez más hostil. Quizá les preocupaba más la próxima serie mundial de béisbol o el catarro de su niño, o conseguir una entrada para el concierto de Madonna. Quizá sólo buscaban un momento de soledad con aquella a quien amaban, para recitarle o leerle malos versos escritos con muy buenas intenciones. Nada detuvo la infame sentencia de muerte, sin juicio previo, sin derecho de defensa.

Faltarán décadas para narrar las historias (de valentía, cobardía, amor y odio) que se tejieron ese día apocalíptico. Lo que sí está claro es que el mundo cambió, tristemente para mal. Las libertades se contrajeron, los odios se acendraron y fortalecieron, el miedo se apoderó del planeta, y el recurso a la violencia obtuvo un nuevo impulso. Y se dio una excusa a los autoritarios para crear guerras y cárceles clandestinas. Y se trazó un derrotero hacia el abismo y el mundo quedó envuelto en un torbellino de iniquidad mundial que no ha parado y que no parece que lo hará. Madrid... Londres... Irak...

Hay cosas que no dependen de la voluntad humana. Por ejemplo, hace unos días unos expertos despojaron a Plutón de su estatus de planeta. ¿Eso cambió el sistema solar? ¿Dejó Plutón de danzar en el espacio, más allá de Neptuno? No. Porque hay cosas que no dependen de la voluntad humana, ni siquiera del consenso unánime de expertos y "famosos".

En cambio, hay otras cosas que
sí dependen de la voluntad de los seres humanos
, y actos libres que pueden dejar heridas profundas e indelebles en la conciencia de la humanidad. El hombre, impotente en miles de campos, puede ocasionar daños inconmensurables al planeta y a sus hermanos. Un loco dispara una bomba y la libertad de otros se verá truncada para siempre, porque los fallecidos ya no tienen libertad. Un asesino asesta un golpe y con ello destruye el futuro de toda una familia. Un mandatario ordena un ataque y violenta los derechos humanos de una población. La libertad de unos ata la libertad de otros, porque somos como piezas de un engranaje. No es justo.

¡Maldita libertad de matar, de ordenar la muerte de inocentes!

En nuestra conciencia están grabadas las imágenes de lo sucedido hace exactamente cinco años. Frente a ellas, el mundo condena con energía la irracionalidad de la guerra y del terrorismo. Falta, en cambio, una mayor solidaridad con los dolientes y sufrientes (que son los que viven). Falta, además, pedir perdón a nuestros muertos, por la impotencia que se ha demostrado: en cinco años ni siquiera se ha podido atrapar al verdugo.

El mundo transita rutas equivocadas, que terminan en un precipicio. Si la sangre de los inocentes no despierta nuestra conciencia, nada lo hará.


1 Comments:

At 10/5/16, 9:55 p.m., Anonymous Anónimo said...

efectivamente desde Perú se vivió el terrorismo y es un asesino sutil que no tiene compasión de nada, no tiene justificación el terror.

 

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