domingo, julio 30, 2006

Aeropuertos y filosofía

¡Qué aburridos son los aeropuertos! Tanto, que a veces pierdes hasta las ganas de leer, oír música, escribir o pensar. La internet inalámbrica es un paliativo. Lo único que encuentro interesante en un aeropuerto es observar a la gente e imaginar sus historias (quiénes son, de dónde vienen), sin pretender recrear el guion de "The Terminal" de Steven Spielberg. Quizá por ello hace mucho pensé en escribir un libro llamado "Lecturas para el aeropuerto". Incluso lo comencé, pero lo había abandonado. 

En el aeropuerto, hasta un libro tan sugestivo e inteligente como el "Antimanual de filosofía" de M.Onfrey (EDAF, 2005) se hace complicado (los altavoces interrumpen cada tres minutos, anunciando vuelos, avisando de niños extraviados o recomendando no perder de vista el equipaje). Pese a su calidad, vitalidad e irreverencia he tardado semanas en leerlo, por hacerlo siempre en lugares terribles, como éste. Al fin, pude hilar sus últimos capítulos.

Onfray es filósofo pero ante todo maestro. Y, consciente de que -como él dice- "escribir es elegir", decide proponer nueve temas altamente provocativos: la naturaleza, el arte, la técnica, la libertad, la historia. Su libro es un "preguntario" (palabra que aprendí de Jairo Aníbal Niño, escritor colombiano a quien tengo la suerte de conocer, que tituló así a uno de sus libros del cual poseo un ejemplar dedicado; preguntas y respuestas, un preguntario). Las preguntas de Onfray van desde "¿qué parte de nuestra razón desaparece en una noche muy pasada de alcohol?" hasta "¿es el que cobra el salario mínimo el esclavo moderno?"; desde "¿podemos recurrir a la violencia?" hasta "¿escoge un educador pedófilo su sexualidad?". El capítulo dedicado a los juicios contra los antiguos nazis es impresionante. Pero hoy quisiera hablar sobre el último tema del libro: la verdad. En él, Onfray pregunta: "¿si hubierais engañado a vuestro (a) novio (a), se lo diríais?", y "¿hay que ser obligatoriamente embustero para ser Presidente?".

Verdades y mentiras. Lenguaje y significado. Decir y querer decir.

Traigo a colación una anécdota, contada mil veces a mis estudiantes: hace muchos años leí en Selecciones del Reader's Digest un artículo verdaderamente ingenioso sobre cómo no echar a perder una conversación deliciosa por ser "demasiado sincero". Por ejemplo, en una fiesta diplomática o en el encuentro (¡al fin logrado!) con la chica que nos gusta. No se trataba de una apología de la mentira ni de la hipocresía, sino una simple invitación a evitar con elegancia la rudeza de la verdad cruda, ayudados por el poder sugestivo de las palabras, con el fin de no cortar una conversación interesante. Digamos que ella pregunta "¿Ha leído a Dante?" Dante, claro que conocemos a Dante; que hemos oído algo acerca de su libro, pero leerlo, así... leerlo... Si contestamos con verdad pura, decimos "No" y la conversación murió antes de comenzar, a la vez que corremos el riesgo de que su interés por nosotros decaiga o desaparezca. ¿Qué hacer? Bueno: el autor de aquel artículo nos sugería contestar algo así: "No últimamente". Interesante. La respuesta no es falsa: en efecto, últimamente no hemos leído ese libraco, pero tampoco antes, ni más antes. Sin embargo, la frase da a entender otra cosa. Incluso nos permite el lujo de no recordar detalles, pues sugiere que su lectura fue hace mucho... y hasta puede entenderse que nos gusta releer a los clásicos. La conversación con la chica interesante puede continuar. Inteligente, ¿no? Pero aún hay más: si somos del grupo de los "sin miedo", ante la pregunta "¿Ha leído a Dante?" podemos atrevernos a más, y contestar con aire de James Bond: "No en español" ¡Eso sí es jugar en las Grandes Ligas! 'No en español' sugiere, al menos, cuatro cosas: a) que sí hemos leído a Dante; b) pero que lo hicimos en italiano; c) y no cualquier italiano, sino uno antiguo, ya que d) somos de ese selecto grupo de personas que no se conforma con las traducciones, cuyo intelecto exige beber de las fuentes originales. ¡Asombroso! El artículo era tan bueno que lo robé, arrancándolo de la revista (el ejemplar pertenecía al barbero: no creo que él se queje). 

Ya salimos del terrible aeropuerto. El avión es más tranquilo.

"Al principio rodando pasó la verdad, sobre el polvo que guarda el camino, y en los brazos de un hombre callado cayó, sin que nadie cambiase el destino. Aquel hombre que tuvo esa vez la verdad se quedó para siempre callado, y, extraviado en la sombra que cubre esta faz, sigue siendo el que más se ha buscado..." (Alejandro Filio, "La verdad").

"¿Qué es la verdad?", preguntó, según dicen, aquel gobernante. No era la única pregunta procedente. También lo sería "¿qué es la mentira?", "¿siempre que hablo digo la verdad?", "¿mentir nunca es incorrecto?", o incluso "¿existe algo -una idea, por ejemplo- que haya sido verdadera siempre?" En este tema, como en los otros, el libro de Onfray es excepcional. Rebelde, incorrecto, con preguntas difíciles, trascendentes, incómodas e interesantes; y respuestas provocativas. Y permite una lectura multinivel asombrosa.

Primera pregunta: "Si estuviérais engañando a vuestro (a) novio (a), ¿se lo diríais?" Respuesta de Onfray a la primera pregunta: "En absoluto. Evitadlo"

Segunda pregunta: "¿Hay que ser obligatoriamente embustero para ser Presidente?". Respuesta de Onfray a la segunda pregunta: "Más bien, eso ayuda".

¿Será posible escribir con tanta libertad y franqueza? Me propongo analizar sus respuestas, pero, para no hacer este escrito muy largo, terminaré el tema otro día. Por cierto, ya llegué a nuestro aeropuerto, que, a pesar de ser muy incómodo, es -sin duda- el más acogedor, porque al estar aquí significa que ya llegué a casa.