Quebradas de coco
Siempre digo que una idea no es igual a una ocurrencia.
En principio, creo que una idea es algo pensado, ponderado, valorado y puesto a prueba, es decir, pasado por el tamiz de la duda, de la racionalidad y de la razonabilidad. Además, una idea se sostiene por sí misma, y, en muchos casos, es útil, o dicho de otro modo, tiene un sentido práctico. Una ocurrencia, en cambio, carece de todo lo anterior: es impulsiva, irracional e irrazonable; se enuncia sin ton ni son, sin haber sido siquiera mínimamente valorada o ponderada (como le sucede también a la palabra chabacana o al chiste fácil y de mal gusto). Y sobre todo, una ocurrencia no posee sentido práctico, porque no es viable.
A veces uno escucha o lee cada cosa. Por eso desde hace años anuncio la eventual publicación de un libro titulado “Manual de ocurrencias”, cuyo capítulo más desarrollado es, curiosamente, el de las ocurrencias legislativas. Por ejemplo… (antes de continuar, una aclaración: lo que va a leer de seguido es verdadero; los hechos narrados son ciertos, los nombres se omiten para proteger a los inocentes). Por ejemplo, decía, algunas de las ocurrencias legislativas de los últimos años: la ley de creación del registro de perros y gatos, la ley de creación del monumento al clima (juro que no estoy mintiendo) o el día de la biblia… Quizá algún día tengan ese ensayo en sus manos, si no muero antes.
Decir que se tienen ideas puede ser bastante pretencioso. “Pensaba Einstein”, acostumbran a decirnos cuando, ante la pregunta sobre qué hacemos, contestamos “estoy pensando”. Los más groseros acompañan la expresión con una apostilla: “Pensaba Einstein: los demás lo que tienen son dolores de nuca”. De acuerdo, pensaba Einstein. Dejemos las ideas para los inteligentes. Pero también es cierto que, en un intento por hacer un frustrado salto evolutivo hacia la conciencia y la existencia pensante, de vez en cuando vienen a nuestra mente algunas consideraciones interesantes. ¿Cómo llamarlas?
El único término que se me ocurrió fue “quebradas de coco”, que significa –al menos en mi país- que nos matamos mucho rato “haciendo cerebro” (decía mi padre) y, con nuestra cabeza a todo vapor, lo único que nos salió fue eso, que quizá no es mucho, pero es algo. “Coco”, usado como alegoría, propia del habla popular, de la cabeza y por ende de nuestro IQ. Quebrada de coco es, pues, algo así como una pensadota, que nos deja exhaustos. Me parece más fácil de usar que otros términos como “elucubraciones”, disquisiciones” o “razonamientos curiosos producto del insomnio o del hambre”.
Bien. En mis noches de insomnio se me vienen a la cabeza cosas que quizá tengan futuro como ideas, o quizá sean burdas y absurdas ocurrencias. La única manera de saberlo consiste en someterlas a prueba, para ver si sirven para algo o significan algo para alguien más. Como se trata de consideraciones muy breves, es impropio dedicar todo un artículo de este blog a cada una de ellas (a pesar de que publicarlo me sale gratis). De modo que me salió esta idea: agruparlas de vez en cuando, bajo un nombre común. Y por ende, para tristeza de muchos, este es el primero de 'una serie de artículos desafortunados' (que no se enoje Lemony Snicket) llamados “quebradas de coco”. El coco quebrado es el mío. Aquí van:
1) Campaña de tránsito. Hace mucho pegué un papel en la ventana trasera de mi carro que decía: “Manejar es riesgoso. No nos ponga en peligro: ¡CUELGUE ESE TELÉFONO!". Ahí estuvo por meses. Estaba harto de ver a la gente manejar y hablar por el maldito celular, como si un audífono-micrófono (manos libres) fuera un producto inalcanzable. No creo que nadie le haya hecho caso a mi cartel, salvo un policía de tránsito que una vez me detuvo y que, cuando lo vio, le gustó mucho y me dejó continuar el camino. Hace días pensé que se debería comenzar una nueva campaña. Ese día pasaron por la TV a un perezoso (el animal) cruzando una carretera… ese mismo día alguien se prendió de la bocina de su carro atrás de mí, cuando yo me negaba a avanzar porque el semáforo aún estaba en rojo. Habría que hacer una nueva campaña: esta vez, el rótulo diría lo siguiente: “LLEGUE TARDE, PERO LLEGUE VIVO”. La gente ya no está manejando, está volando. A veces parece que deben llegar a su casa antes de que se derrame la leche que dejaron al fuego. Saltan semáforos, no hacen altos, no respetan los cedas… He visto a gente en plena ciudad quizá a 80 km/h. El resultado posible sólo es uno: un incremento en el trabajo de los dueños de funerarias y panteoneros y una disminución en la oferta de ataúdes. ¿Qué cuesta llegar un minuto tarde? (para los que somos impuntuales, pues la verdad no cuesta nada). Entonces, ¿por qué la prisa? Otro cartel podría decir: “AUMENTAR LA VELOCIDAD ES NOCIVO PARA LA SALUD”. O quizá algo más gráfico: “LLEGUE TARDE PERO NO ATROPELLE A ESE NIÑO”.
2) Si pides dinero al público, das cuentas en público. Pronto nos llenarán de anuncios de maratónicas para juntar plata para X o Z causa. Hay entidades que piden todos los meses del año. Y está bien, porque logran objetivos quizá importantes, al menos para sus donantes. Agrupaciones religiosas, entidades asistenciales, a veces incluso las entidades educativas, piden plata al público. Sin embargo, siempre quedará en la duda de los más desconfiados si el dinero recaudado se usó para el destino definido por el donante. ¿Cómo superar eso? Con estados financieros auditados. Recomendación: NO DAR PLATA A QUIEN NO QUIERA REVELAR SUS CUENTAS NI PRESENTAR ESTADOS FINANCIEROS PÚBLICOS. A menos que queramos exponernos a que nuestro dinero acabe en carros, casas de lujo y viajes.
3) “Power-Point free zone”. Recomiendo pegar ese rótulo en las aulas de colegios y universidades. El club de los que odiamos ese programita va creciendo y ya casi podríamos elegir diputado por subcociente. La culpa no la tiene Bill Gates. La culpa la tienen dos engendros: los que llenan sus filminas con texto y se limitar a leerlas como si hablaran ante analfabetos, y los que usan las odiosas figuritas del clip-art o los ridículos sonidos de aplausos que trae el dichoso programa. Y alguien hasta preguntó un día cómo se hacía para dar clases cuando no existía esa cosa. ¿Saben cómo? Exponiendo con inteligencia, interés y preparación, hablando de lo que de verdad se sabe, explicando con generosidad y no limitándose a resumir del artículo publicado en “refugiodelvagoinútil.net”, o algo así. Antes, bastaba una pizarra de tiza, una lámina fija, un mapa o un cartel. Así dieron clases Facio y Láscariz, Dengo y mi madre, maestra en una escuela pública. Hablando y escuchando. Sin “videobeam”. La calidad de la educación no depende de unas filminas. Se enseña hablando y se aprende escuchando, tomando apuntes, leyendo y estudiando. Más fácil y más barato.
Continuará.
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