Viajando en el TARDIS, 30 años después

La nave en el que el Doctor viaja en el tiempo y el espacio se llama TARDIS (Time And Relative Dimension In Space, es decir, Tiempo y dimensión relativa en el espacio), y, a pesar de ser gigantesca en su interior, por fuera es sólo una caseta de teléfonos. En él, viajamos al Renacimiento italiano; estuvimos en una estación espacial en el futuro; conocimos los orígenes de los dioses egipcios y vivimos muchas otras aventuras inimaginables. Los efectos visuales, muy sencillos, nunca fueron lo relevante. Lo importante, como en toda buena película, era el guion. Unas historias fantásticas, llenas de inteligencia y con un fino sentido del humor.
Hoy, casi treinta años después, me llena de alegría poder viajar de nuevo en el TARDIS. En el 2005, la BBC produjo y estrenó una nueva temporada de su aclamada serie, y hoy se transmite en el cable, subtitulada, en el canal People+Arts, la noche de los viernes. Cuando veo la presentación y escucho la música, la misma de hace casi tres décadas, regreso a mi niñez de inmediato. Fascinado, alerta, como un infante, dispuesto a que me cuenten una maravillosa historia de ficción, cuyo protagonista en uno de los Señores del Tiempo (Time Lords) y su acompañante de turno.
La historia es todo menos simple, pues no es fácil conocer la naturaleza ni la misión del Doctor ni los Time Lords. Poco a poco sabemos algo de su historia, de sus enemigos –especialmente los Daleks-, de la Guerra del Tiempo y de las excepcionales cualidades del Doctor y su valor ante el peligro. En la serie se mezclan la ciencia ficción, la aventura, el terror y la historia, y el producto es algo sin punto de comparación, menos en la pobre oferta de la televisión actual, que por lo general es de muy baja calidad.
Según el guion, los señores del Tiempo tienen la habilidad de regenerar su cuerpo cuando están cerca de su muerte, idea que ha colaborado para la continuidad de la serie: han existido, a la fecha, diez actores que han interpretado el papel del Doctor. Christopher Eccleston encarnó al noveno doctor, en el 2005, en la temporada actualmente transmitida, y para la temporada producida en el 2006, lo hizo David Tennant. Eccleston lo hace magníficamente bien, aunque es difícil no recordar la imagen de Baker, el cuarto Doctor, posiblemente el más conocido de los diez.
Según leí, en Gran Bretaña Doctor Who es un fenómeno de masas equivalente a los mayores éxitos de ciencia ficción, como la saga de Star Trek. Hay libros, juguetes, DVD, juegos de computadora, incluso la publicidad usa de los elementos conocidos de la serie.
Uno de los primeros capítulos que vi en mi niñez se llamaba “El Arca en el espacio”. El TARDIS llega a una estación espacial aparentemente desierta y desactivada que orbita la Tierra en un futuro lejano. Allí, el Doctor descubre a los últimos sobrevivientes de la raza humana en estado de animación suspendida, evacuados miles de años atrás, cuando las llamas solares amenazaron destruir toda la vida. Observando a ésos, los últimos seres humanos, el Doctor recita una memorable consideración sobre la raza humana. Más o menos lo siguiente:
“Homo sapiens. ¡Qué inventiva e invencible especie! Tan sólo hace algunos millones de años gatearon hacia fuera del fango y aprendieron a caminar. Insignificantes, inermes bípedos. Han sobrevivido diluvios, hambre y plagas. Han sobrevivido guerras cósmicas y holocaustos. Y ahora, aquí están, fuera, en medio de las estrellas, esperando comenzar una nueva vida. Listos para alcanzar la eternidad. Son indomables… Quizá sea irracional, pero los humanos son mi especie favorita”.
La lista de premios y nominaciones que ha recibido la serie a lo largo de estas décadas es enorme. Pero para mí, el principal mérito que tiene (y tuvo en mi infancia) es entretenernos, hacernos soñar e imaginar y, a la vez, motivarnos hacia el intelecto, hacia las historias complejas y bien diseñadas, dejándonos llevar por ellas para vivirlas al lado de sus protagonistas, comprendiendo un poco mejor a los seres humanos en cada periodo histórico, al tener la perspectiva intemporal de uno de los Time Lords. Cada viernes, a las 20 horas, vuelvo a ser niño otra vez, e ingreso en esa querida cabina de teléfonos, en un viaje hacia lo desconocido junto a alguien muy cercano.
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