Quedar bien y quedar mal

Por un lado, la crítica es algo esencial, parte de la libertad de pensamiento y de expresión. Si algo o alguien no nos gusta, por el motivo que sea, somos libres de decirlo y de actuar conforme.
Por otro lado, si alguien levanta falsos, injurias, calumnias o difamaciones en nuestra contra, abusando de esa libertad, podemos exigir derecho de respuesta y reparación oportuna por el daño que nos hayan causado. Incluso algunas de esas acciones son delitos. Y ahí se da el equilibrio entre la libertad de una persona y la dignidad de otra.
Como individuos, tenemos una exigencia moral intransferible: ser nosotros mismos. “Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo”, canta Aute. No es sólo un derecho, sino un deber: ser uno mismo, defender nuestra personalidad, nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestros anhelos, nuestras metas. Nuestra personalidad no está obligada a ser “popular”, a adecuarse al gusto de los demás. A lo que sí estamos obligados es a respetar el derecho ajeno, la personalidad ajena, y, por ende, debemos abstenernos de causar daño. Pero no hay que tener miedo a mostrarnos como somos; no hay que tener miedo a expresar nuestros gustos, preferencias, ideas, creencias, inclinaciones, disgustos. Aunque a los demás no les caigan bien. La vida no es un concurso de “Miss simpatía”. Aunque algunos, como producto de ello, hablen luego mal de nosotros. ¡Total!: quedar bien y quedar mal siempre es quedar. "La que quiera, que me quiera; y la que no, que no me quiera" (Luisito Rey).
No hay que tener miedo. Así lo recordó uno de estos días Jorge Jiménez Deredia, en una entrevista que le hizo mi exalumno Camilo Rodríguez: "a lo único que hay que temer es al miedo mismo, porque el miedo paraliza a la persona, e impide que se ponga en movimiento, en busca de su progreso y de su destino". Y tristemente, añado yo, el miedo al qué dirán o a caer mal están siempre asechándonos, para ver si nos atan, si nos frenan.
Es inevitable que a alguien le seamos antipáticos. Por cualquier razón: lo que somos o lo que fuimos hace mucho y que hace mucho dejamos de ser; lo que dijimos o lo que callamos; lo que sabemos o lo que desconocemos; por haber triunfado, por haber participado o simplemente por haber nacido… a alguien le caemos mal. Es inevitable. Incluso puede ser que nos odien porque una vez les hayamos injustamente ofendido (y lo que procede en ese caso es pedir disculpas).
Lo importante es que esa simple posibilidad de caer mal (algunos hasta conocemos los nombres de quienes nos tienen en su lista negra) nunca debe paralizarnos, ni tampoco nos obliga a cambiar de personalidad. Y si alguien habla mal de nosotros, tenemos derecho de respuesta, de defensa. Dicho de otro modo: si te majan la cola debes rugir, no maullar, para que sepan que no eres un gato grande sino un cachorro de león (eso, cuando nos enteramos; porque ordinariamente, los que hablan mal de nosotros, injurian y hasta calumnian, lo hacen a nuestras espaldas o en nuestra ausencia).
Ciertamente, para la mayoría el número de quienes nos aprecian es más grande que el de quienes nos desprecian, maldicen o injurian. Y por eso, tenemos que estar muy agradecidos con la vida, porque nadie está obligado a amarnos ni a valorarnos. Y aún así, lo hacen.
Por ello, si alguna vez tuviese lugar singular reunión privada en la cual se hable mal de un servidor en presencia de algunas personas que me conocen, agradeceré que alguien salga al paso e interpele al ofensor a no lesionar mi fama en mi ausencia, o manifieste de algún modo su desacuerdo. Si nadie lo hace, entenderé que, o tienen algún motivo razonable para no hacerlo, o posiblemente algunos son partícipes de esas ideas. Y lo aceptaré. Total, no puedo hacer otra cosa. Si eso ocurriese, sepan que en ese momento yo estaré pensando en dos cosas: en las personas que me estiman y a quienes agradezco tanto por eso, y en una fantástica canción de Alejandro Filio que se llama “Dicen” y cuya letra es un canto al derecho a ser uno mismo aunque la gente hable mal de nosotros:
“Dicen que ando por ahí, retando al porvenir, sin derecho. Dicen que loco me volví, que ya no queda mas de mí. Dicen las lenguas creativas cosas divertidas. Dicen que rompo la hermandad, que vivo a la mitad este canto. Juran que el sueño traicioné por lo que ayer soñé entre tantos. Dicen que yo me la robé; no saben que ella fue siempre mía. Otros incluso en su obsesión subastan la inversión de mi hombría. Ruegan por que en mi distracción pierda la musa en un avión. Dicen que soy un meloso y hasta peligroso. Dicen que un día pagaré con sangre por lo que no me callo. Dicen que ya me cansaré, que tiene precio este querer. Dicen y dicen, y algunos hasta me maldicen".
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