lunes, diciembre 11, 2006

Escuchar

Hace casi un año que comencé este proyecto llamado "Página 10". 

Me divierte recordar que, al crear el blog, no sabía sobre qué escribir o si debía hacerlo en forma docente (como lo hacen los que escriben en las páginas de opinión de los diarios) o si hacerlo de un modo más intimista, como el susurro al oído del amigo. Al final, me despreocupé y comencé a escribir acerca de lo que me interesaba, creyendo que quizá podía interesar a otros. En algunos casos (pocos) fue así, y hasta recibí comentarios de amigos (conocidos y anónimos). En otros casos, las evidencias me dicen que el único interesado fui yo. De todos modos, ya sabemos que la palabra "interesante" se usa para referirnos sin herir a aquello que no entendemos, que es aburrido y nada nos dice. 

Bien. Ha pasado casi un año. Las últimas semanas han sido complicadas para mí y eso no me ha permitido actualizarlo como deseaba. Tendré que dejar mis clases en la universidad, mi conexión a la internet se canceló, los días en el trabajo no han sido los mejores, y así. Y ayer, cuando me senté a escribir de nuevo el blog, me sucedió lo mismo que hace un año: no sabía qué decir. Ni siquiera sabía si continuar con esto valía la pena. De modo que si lo hago, creo que lo haré por mí: para escribir lo que creo que debo escribir. 

Pero ayer también ocurrió algo bueno: conseguí una película que esperaba y sobre la cual quería escribir algo desde hace meses. Lo que ocurrió fue que entonces pensé que en demasiadas ocasiones había hablado sobre temas relacionados con el cine, sin ser experto ni algo parecido, y que a lo mejor cansaba. Pero la verdad, como sé que esto sólo lo leerán cuatro personas, lo haré de nuevo, me arriesgaré. 

M. Night Shyamalan es un director de cine relevante de la actualidad. Es original (narra en forma creativa historias nuevas y llenas de contenido); diría que es tan buen guionista como director. Sus películas me atraen, ya que tocan siempre temas sugerentes, mágicos, pero no ambientados en Neverland o Narnia, sino en Filadelfia. Sin repetirse, sin caer en el argumento fácil o taquillero ni en el cliché. Desde Sexto Sentido, la recaudación no lo ha favorecido (al menos no según las expectativas de las grandes productoras). Para mí, es no hace más que hablar a su favor. Quizá la mayoría busca historias fáciles y en él no las encuentra. O quizá, muchos no aceptan los puntos de partida o supuestos que traza en sus películas, que siempre implican creer en algo (en fantasmas, en superhéroes de cómics, en extraterrestres invasores, en un mundo inmaculado e inocente de una aldea remota). No aceptar sus coordenadas frustra cualquier intento de disfrutar su arte. Es como si, al entrar al teatro, en lugar de ver ciudades, plazas, bosques o cavernas, vemos tablas, cartones, estereofón y plásticos de escenografía. Ese hiper-realismo no funciona. Hay que dejarse llevar, dejarse "engañar". Hay que partir de que las premisas son reales y aceptar que nos cuenten una historia llena de magia y misterio. Y así, el resultado será una maravilla. Pero a la vez, Shyamalan nos habla siempre de temas trascendentales que, sin duda, tocan nuestras vidas. Y si escuchamos atentos, una parte de nosotros seguirá el hilo de la historia y otra volará por pensamientos, deseos y recuerdos muy propios. Así trabaja el arte. Será común, entonces, que las lágrimas llenen nuestros ojos en alguna escena, porque emociona. Emociona no sólo lo que sucede en ella, sino lo que nos dice. Lo emocionante no es la película, sino nuestras vidas.

La Dama en el Agua es para mí una película fantástica. No voy a hablar de sus actuaciones ni de la maravillosa música de Newton Howard, ni de nada técnico. Sólo de la historia. Porque es asombrosa y -lo más atrevido de su parte- presentada como un cuento para dormir. Las narf (ninfas) viven en el agua; se aparecen y traen una misión: dejarse ver por alguien. Quien la logre ver es un "vessel", lo que significa que algún día hará algo importante para el mundo. Pero los scrunts intentan detenerlas e incluso matarlas. Son como hienas que se esconden en el pasto. La narf sólo puede salir segura cuando ha cumplido su misión, en la noche en la que la última gran águila, el Gran Eatlon, viene para llevarla al mar, porque ese día el scrunt tiene prohibido atacarla. Pero los scrunts podrían romper esas normas y para eso, los tarturic los vigilan.

Esto podría estar sucediendo en el patio de atrás. En la película, sucede en el jardín de un pequeño hotel. Dos aspectos asombrosos y relucientes de esta historia: primero, que la narf no es una mensajera ni su misión es salvar ella al mundo. Lo único que tiene que hacer es encontrarse con alguien. Cuando esa persona la vea, algo se aclara dentro de sí... si antes tenía miedo, ya no lo tiene más. Si antes era tímido, ya no lo será y, como dije, en algún momento de su vida hará algo relevante para el mundo. Es decir, el cambio positivo, la liberación, vendrá de nosotros mismos. La narf sólo inspira, atempera y centra; nada más. En la película, la narf viene con la misión de encontrar a un joven escritor. Allí se vislumbra el poder de la palabra escrita, que es capaz de mover el mundo. Pero esa tarea extraordinaria no la hará el escritor, sino uno de sus lectores. Para los que hemos experimentado eso (la aventura de la creación literaria), la película se transforma, en ese preciso instante, en un espejo. 

El segundo tema lo plantea Shyamalan desde el minuto uno, en su magnífica introducción con dibujos. Las narf intentan ayudar a los hombres pero quizá los hombres han olvidado cómo escuchar. Siempre he tenido el temor de que, aunque venga alguien que nos indique el camino, que nos proponga un plan para erradicar la pobreza, para resolver y extirpar las lacras sociales, aunque venga alguien con la suficiente fuerza y luz para inspirarnos... ¿seremos capaces de escucharlo? ¿pondremos atención? ¿o estaremos demasiado distraídos, entre ruidos estridentes de música frenética, cañones que matan inocentes y negocios oscuros pero que dejan grandes dividendos? Shyamalan plantea una propuesta hermosa, no exenta de dolor y muerte, pero positiva. Y le agradezco mucho, porque para mí cada vez son más las veces que todo lo veo oscuro, que el futuro me parece tenebroso, que caigo en el nihilismo. Y también por eso, aprecio esta película y la historia en la que se basa (también de autoría del director, y dedicada con cariño a sus hijas): porque disipa mi pesimismo y me hace sonreír y llorar. 

Y en ella, encuentro, subyacente, una revaloración del papel de cada uno, de la misión que la gente corriente tiene: unos curan, otros protegen, otros descifran. Y sobresalen los más humildes. Quizá muchos la vieron y no significó nada para ellos. Quizá hasta les aburrió: la ninfa los miró y nada se despertó en ellos. Bien, que no se preocupen. Sólo espero que algunos vessels sí hayan sentido ese cosquilleo en la nuca. Porque hoy más que nunca necesitamos personas que hagan algo extraordinario por el mundo. 

Quizá los que llevan la señal de Caín en la frente los puedan reconocer, ¿no cree, señor Hesse? 

Escuchar. Hay que escuchar. Siempre alguien está diciendo algo que vale la pena.