domingo, octubre 15, 2006

Creadores de luz

Jorge Jiménez es un costarricense de proyección mayor, un creador, un artista. Al leerlo, es imposible no descubrir a un pensador de la estética y de la antropología. Cuando habla enseña; reparte generosamente su talento, su conocimiento, su visión del mundo, de la sociedad y del destino de cada persona hacia su propia felicidad. Y lo hace con sencillez y humildad, con autenticidad, como los verdaderos maestros.

Cuando leí el libro "Génesis: puente de luz", que recoge una entrevista que le hizo Geppe Inserra, filósofo y periodista italiano, descubrí cosas acerca del arte, de los símbolos que esta utiliza, de la historia de nuestra querida tierra y de los orígenes de nuestra democracia y nuestra manera de vivir, anclados en la cosmología propia de la cultura boruca, representada por nuestras famosas esferas. Pero sobre todo, me llamó mucho la atención cuando explica dos grandes ideas: a) que la transformación del mármol es una metáfora de la transformación nuestra y de todo el universo, desde el "polvo de estrellas" original hasta nosotros; y b) que en la existencia de todos se encuentran la luz y las sombras, formando una sola unidad, como la esfera. En nosotros se conjugan elementos disímiles como la razón y las creencias, la bondad y la maldad, la materia y el intelecto, las ideas y las pasiones. En un programa de televisión reciente, Jiménez afirmaba: somos en parte luz y en parte sombras, lo importante es que nos empeñemos en ser creadores de luz, para iluminar la sociedad en la que vivimos y a los demás, para ayudarlos a progresar, a desarrollarse, a aspirar a más.

Creadores de luz. Es una expresión grandiosa, de un contenido inconmensurable.

Me pregunté: ¿Quiénes son creadores de luz? Quizá el artista, el maestro, la madre, contesté. El artista crea luz que ilumina las conciencias de los que observan su obra, y en ella, cada espectador descubre no sólo parte de la personalidad del pintor, escultor, músico o poeta, sino, sobre todo, descubre lo que esa obra le dice a él, individualmente; lo que despierta en su propio interior. Y una vez así iluminado, esa persona ya no será la misma. El maestro crea luz, al descubrir ante sus alumnos, con generosidad, el conocimiento y su significado. Posiblemente él (el maestro) habrá tardado años en entender algo a cierto nivel. Pero su misión de constructor de luz lo lleva a transmitir ese saber a sus discípulos, fácilmente, para que ellos comiencen donde él ha llegado con mucho esfuerzo. Si no lo hace así, no será maestro, aunque dé clases. La madre crea luz -se diría que es fuente de luz- y la reparte sin medida en su hogar y en hogar de otros. Porque ayuda, porque apoya, porque comprende, porque no juzga, porque exige con delicadeza; en definitiva, porque ama. Y su amor se desborda a otras familias y a la sociedad. Así lo representa Jiménez en muchas de sus esculturas, centradas en la maternidad.

Y así, podríamos seguir considerando la necesidad de que todos seamos creadores de luz. Pero la realidad es que, en muchas ocasiones, lo que sembramos son sombras.

Creo que todos deberíamos acercarnos un poco más a Jiménez, no para admirar su obra y sentirnos orgullosos de su ser costarricense sino para escucharlo con atención. Para acercarnos a él, quizá sea posible hacerlo a través de su arte.

Jiménez describe así el proceso creador: "Para mí, la obra de arte es como sacar una foto sumergiéndose en el inconsciente, el artista no sabe con precisión lo que está fotografiando, pero gracias a su producto artístico puede entender con mayor claridad lo que fotografió. La obra de arte es siempre superior al artista, porque gracias a su creación puede entenderse mejor y simultáneamente ofrecerle a los espectadores la posibilidad de entender aspectos que le son oscuros. No creo que una obra de arte pueda explicarse o comprenderse totalmente: ésta propone símbolos. Cuando estos símbolos toman vida, el arte adquiere un significado veraz, que supera los cánones de belleza o fealdad, se produce un acercamiento a esa verdad que todos anhelamos". Y concluye: "el arte es uno de los instrumentos más grandes que el ser humano posee para traducir las imágenes que habitan dentro de sí. Cuando es puente de luz, se vuelve esperanza porque ayuda al hombre a entenderse a sí mismo, porque le ayuda a comprender su existencia".

Pero para aprender de Jimenez hay que estar muy atento, porque habla suave. Los gritos nunca han sido fuente de luz (odio los gritos). Los poetas susurran sus palabras a nuestros oídos, para que entren sin forzar nada, pero los declamadores nos la enseñan a gritos, con ademanes y cadencias antinaturales y hasta ridículas, y por eso nos aburren. Los grandes oradores son grandes por lo que dicen, pero hablan y escriben con naturalidad y suavidad, y no como los seudo discursos políticos de las campañas de cada cuatro años, gritados por personajillos a los que por suerte casi nadie atiende. El verdadero maestro no grita las verdades a sus alumnos: las susurra, para que cada uno las reciba con delicadeza; y a veces también las calla, para que cada uno complete lo que falta y construya su propia visión de las cosas, que no tiene (ni debe) de ser igual a la del maestro.

"Lo esencial -dice Jiménez- es tomar conciencia de la propia identidad, para permitirle a la conciencia misma que hable con fuerza, coincidiendo con Nietzsche cuando afirma: 'las palabras más quedas son las que desatan la tempestad. Pensamientos que vienen con suavidad de paloma son los que gobiernan el mundo'".

Entonces, las palabras más quedas, más suaves, son las de un creador de luz.