martes, enero 23, 2007

El equilibrio producido por las risas de los niños

Fui el sábado pasado a ver "Children of men", del director mexicano Alfonso Cuarón. Si fuera crítico de cine, le pondría un 10 sin dudarlo. Curiosamente, también se lo puso el crítico del periódico de mi país, con el cual casi nunca concuerdo. Estoy seguro que durante los próximos días va a recibir más de un comentario positivo. La Academia de Hollywood la ha nominado al Óscar por cinematografía, edición y guion adaptado. Ya veremos en un mes.

No hace mucho (a principios de los 70s) las películas de corte apocalíptico fueron comunes: recuerdo "Soylent Green" (1973), "The Omega Man" (1971) y "Planet of the Apes" (1968), para citar algunas (curiosamente, las tres protagonizadas por Charlton Heston). Las tramas eran sombrías y pesimistas: un futuro cercano a la destrucción total, sin esperanzas. Pero muy sugestivas e interesantes. La ciencia ficción cambió a partir de Star Wars, y la visión del futuro fue otra. Quizá Matrix (1999) de los Wachovski constituye un nuevo punto de referencia por su visión apocalíptica y, a la vez, filosófica de la vida en la tierra: una especulación sobre la naturaleza de lo real y la realidad de lo natural. La saga de Terminator hizo lo suyo, aunque con resultados menos profundos.

La nueva película de Cuarón es profunda en sus planteamientos, espléndida en su puesta en escena y ágil en su narración. Es el año 2027 en Inglaterra. Desde hace más de 18 años la humanidad ha dejado de tener niños: las causas de la esterilidad no se explican, son un dato. Pero la situación no es un periodo de muerte social lenta y paliativa, sino una situación caótica: la violencia generalizada, la destrucción, el saqueo, la infrahumanidad, la opresión, el racismo llevado a extremos insospechados. Porque ya nada posee mucho sentido si se tiene la conciencia de que, en unos ochenta años, el último ser humano habrá muerto. Nada hay por qué luchar. Los museos, por ejemplo: ¿para qué demonios guardar las obras de arte, si en cien años nadie las podrá disfrutar?

En una escena se nos muestra la escuela abandonada y en ruinas, con sus columpios destrozados, y caemos en la cuenta que ya no sirven, porque desde hace años no hay niños. Y en eso, alguien señala que el balance que daba a la humanidad la risa de los niños se ha perdido.

Muy sutilmente, de la mano de la poderosa historia
(el guion está basado en una novela de Phyllis Dorothy James, quien firma P.D.James, escritora inglesa contemporánea), muy sutilmente -decía- comenzamos a filosofar (es decir, a formular preguntas): ¿Qué sucedería con nuestro mundo si ya no nacieran niños? (Cuarón), ¿o si seguimos contaminando el planeta a la velocidad que lo hacemos actualmente? (Gore). No esperamos respuestas, porque las preguntas se producen en cadena: ¿será acaso que el único freno a la violencia absoluta es el llanto de un recién nacido? ¿Valdrá la pena seguir luchando por todo esto, que llamamos humanidad?

En nuestra vida ordinaria pasamos de largo el bullicio del jardín de niños o el llanto del pequeño. Nos molesta si lo escuchamos a destiempo. Y no nos damos cuenta de lo que significan: ese llanto o esas risas significan que hay futuro, significan que lo que hacemos (cualquier cosa) tiene sentido, porque habrá futuro.

Me gusta recordar el letrero que cuelga en algún parque nacional de mi país y que indica que esa tierra pertenece a todos los costarricenses: a los muchos que ya se fueron, a los 4 millones que ahora estamos aquí, y a los que aún no han nacido, que son la gran mayoría. También recuerdo cuando mi amigo Guillermo Vargas me invitó a trabajar con él, hace trece años (1994), en el Museo de los Niños, en San José. Él fue su primer director. El Museo está en un edificio que antes albergaba una prisión. Pero no cualquier prisión: la peor. El castigo en estado puro. Pues bien: Guillermo me convenció a acompañarlo en esa aventura cuando me dijo: "Estas paredes han sido testigo de mucho dolor y sufrimiento. Hay que exorcizarlas. Y lo harán las risas de los niños".

Con cinematografía asombrosa, las escenas de Children of men son más que elocuentes: lo dejan a uno con la boca abierta. El realismo es tal y tan crudo que parecen a veces tomas de un documental. Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine, a la altura.

No saben lo que me alegra que Alfonso Cuarón, un latino, sea capaz de hacer esa maravilla de cine, de proponer al mundo entero esas ideas y retarlo a la reflexión. Y además, que se reconozca su meritorio esfuerzo y calidad. Pero me alegrará mucho más si alguien comienza a plantearse cosas serias. Porque así como no podemos perder el frágil equilibrio de la biosfera, y tenemos que hacer algo pronto, tampoco podemos perder el equilibrio producido -en nuestras convulsas sociedades- por las risas de los niños.