lunes, marzo 13, 2006

Las intermitencias de la muerte

La noticia dio vuelta al planeta en minutos: Milosevic murió en prisión. Dicen que fue un infarto. Parece que el juicio de atrasó. La sentencia que habría traído algo de respeto a las víctimas de los atroces crímenes que se le imputaban y consuelo a sus familias, nunca llegó. Lamentable. Milosevic enfrentaba 60 cargos por crímenes contra la humanidad y genocidio. Fue un hombre poderoso que ejerció ese poder despóticamente. Si hubiéramos tenido algo más de tiempo, la sentencia nos habría dado certeza de la magnitud de sus crímenes. Ahora, está muerto.

Como lo estarán todos los dictadores y gobernantes, en pocos o muchos años.

Como lo estará quien escribe esto y quien lo lee.

Ciento por ciento muerto. De seguro. Garantizado. Lo único que ignoramos es cuándo.

"Hoy dice el periódico que ha muerto una mujer que conocí... Hoy dijo la radio que han hallado muerto al niño que yo fui...", canta Sabina en "Eclipse de mar". Algún día despertaremos y el periódico anunciará que Pinochet murió. Y otro día será Sadam. Y así, uno por uno, todos los poderosos gobernantes de la tortura. Morirá el peor criminal, pero también el mayor filántropo. Morirá el peor actor y la mejor actriz, el caricaturista famoso y el campeón olímpico; el rabino y el cura, el rockero y el rapero. La muerte llega para todos. Antes o después. A su hora.

Siempre he pensado que todos esos déspotas de turno olvidan que algún día la nota necrológica será la suya. Nada la detiene: ni el dinero ni el poder ni los títulos ni los sobornos. La muerte no acepta dación en pago. Uno de los personajes de "Violinista en el tejado" dice entre risas: "Incluso los ricos deben morir. Si los ricos pudieran pagarnos a nosotros los pobres para que muriéramos por ellos, los pobres tendríamos con qué vivir..."

Justa o injusta, antes o después. La muerte no se detiene. Salvo que la muerte decidiese interrumpir su trabajo y guardar un tiempo su guadaña.

Eso es lo que nos narra Saramago en su extraordinaria novela "Las intermitencias de la muerte". Hablando sobre él hace un par de semanas, le dije a una persona que si hubiera tenido un lápiz para subrayar lo que me parecía interesante mientras lo leía, el libro habría acabado completamente subrayado. 
La muerte dejó de matar gente en un país, con la llegada del año nuevo. Y lo que parecía una bendición comienza a sonar a desgracia. "No todo es fiesta, porque, al lado de unos cuantos que ríen, siempre habrá otros que lloren, y a veces, como en el presente caso, por las mismas razones", dice Saramago. Entresaco algunas ideas, al azar:

"Si los seres humanos no muriesen, todo estaría permitido. Y eso sería malo, preguntó el filósofo de más edad. Tanto como no permitir nada".

"Antes, en el tiempo en que se moría, las pocas veces que me encontré delante de personas que habían fallecido, nunca imaginé que la muerte de ellas fuese la misma de la que yo un día vendría a morir."
"La muerte lo sabe todo a nuestro respecto y quizá por eso sea triste".

"La vida es una orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada, un titanic que siempre se hunde y siempre regresa a la superficie... Y no la entendieron, pensó la muerte, y no la pueden entender por más que hagan, porque en la vida de ellos todo es provisional, todo precario, todo pasa sin remedio, los dioses, los hombres, lo que fue ya acabó, lo que es no lo será siempre, y hasta yo, muerte, acabaré cuando no tenga a quien matar, sea a la manera clásica, sea por correspondencia."


Y así podría citar cada página de ese magnífico libro, pero cometería delito contra los derechos de autor y la propiedad intelectual. Así que mejor, no. Mejor, léanlo. 

Lamento que la guadaña haya tocado a Milosevic antes de la sentencia. Jurídicamente, habría sido un precedente relevante. Habría dado consuelo y reparación de lo inconsolable y lo irreparable. Eso nos deja una lección: a menos de que la muerte anuncie que ha decidido otra de sus "intermitencias", será mejor apurarse a hacer o decir las cosas que queramos hacer o decir. Para que haya justicia, pero en vida, y que sea pronta y cumplida. Y para no quedarse sin tiempo antes de oler lo olible, escuchar lo escuchable y acariciar lo acariciable.