sábado, abril 28, 2007

La violencia como respuesta a todo

La masacre mundial no se detiene.

Hace pocos días el fantasma del asesinato en masa revivió en la Universidad de Virginia. Treinta y dos muertos; muchos heridos, todos inocentes. Cientos de balas disparadas a quemarropa. El culpable, con una sangre fría inusual, grabó unos videos repletos de inaceptables excusas para los atroces actos que había ejecutado (2 asesinatos) y que ejecutaría en minutos (otros 30). Las evidencias y antecedentes hacen razonable suponer en ese sujeto un grave trastorno mental; una megalomanía mesiánica poco común, incluso para una sociedad esencialmente violenta como la norteamericana. Pero eso no justifica lo injustificable. Ante la impunidad que deja su suicidio, la justicia nada podrá hacer para intentar reparación ni para exigir sanción alguna.

El episodio es terrible, lamentable: una tragedia. Ejemplo paradigmático de un mundo malogrado, que ya no vale la pena. Pero lo más atroz es que no se trata de un hecho aislado, sino un eslabón más de la interminable cadena de violencia permanente. La violencia es el irracional recurso (primer y único recurso) de los hijos del caos para resolver disputas, para imponer ideologías o para eliminar al que es distinto o tiene lo que deseamos para nosotros. La infrahumanidad llega hasta niveles infra-animales. Cada día más profundo... cada día alcanzamos récord de crueldad. Violencia doméstica, local, nacional, hemisférica, global. Nada la impide. Nada la limita. Es casi la única respuesta que nuestra sociedad ofrece ante los problemas interpersonales o grupales; ante las frustraciones y ante la sed de morbo.

Violencia en todas partes. Basta con encender los telenoticieros y dejarse envenenar por ellos, como diría Cabral. Basta con hojear el diario. Hay tanta violencia que ya no asusta, que ya no altera el ánimo. Nos hemos inmunizado. La respuesta que ante ella ofrece nuestra atormentada y podrida sociedad es la indiferencia. Ande yo caliente, y ríase la gente.

Una escalada interminable de violencia. Y me refiero a la violencia real, no a Hollywood ni a MTV.

Violencia en Irak, donde las bombas (nacionales o extranjeras), llenas de odio más que de explosivos, cazan los miembros inocentes de los niños. Ríos de sangre en las calles de Francia, Ecuador e Irlanda; y en los estadios de Argentina e Italia. Violencia en las cárceles de Brasil y Guatemala, reductos donde habita el castigo en estado puro. Y violencia también en nuestro país: en nuestras lamentables calles, en las humildes casuchas de nuestros precarios, y en nuestros modernos condominios de lujo, y en nuestros deprimidas escuelas y destrozados colegios.

La masacre de Virginia me obligó a ver una vez más "Bowling for Columbine", el aclamado documental del cineasta Michael Moore, ganador del Oscar. Armas al alcance de cualquiera. Incluso las regalan al abrir una cuenta en un banco. Se compran balas en los supermercados. Algunos defienden la segunda enmienda de la Constitución como el principal y más sagrado derecho humano ("el derecho del pueblo a poseer y portar armas"). Con un arma en la mano, a la primera de cambio un tiro resuelve cualquier disputa. O ayuda a crearla. Una pistola es el medio más fácil para convencer al otro y lograr que lo suyo pase a ser nuestro. Y lo más curioso: algunos simplistas achacan la responsabilidad a un cantante de rock, a pesar de que ese mismo día (el de la masacre de Columbine) el gobierno de EU lanzó un violento bombardeo al otro lado del mundo, destruyendo la vida de decenas de inocentes. Y los políticos lloran lágrimas de cocodrilo, mientras sus amigos empresarios hacen negocios con sus armas... Maldito mundo.

Oscar Wilde escribió que Dios condena al hombre al infierno por sus malos actos y que el hombre le dice: "No puedes". Dios, asombrado, pregunta por qué, y el hombre contesta. "Porque toda mi vida he vivido en un infierno..." Oscar Wilde tiene razón: esto es un infierno permanente.

¿Qué decir a las víctimas de la violencia? ¿Qué decir a sus familias? ¿Qué palabras de consuelo usar? ¿Será que les debemos dar un discurso escatológico sobre el paraíso por venir? ¿Será que debemos recitar poseía y motivarlos a llorar en silencio? ¿Qué decirles? Comparto la idea de Marylin Manson, entrevistado por Michael Moore en ese documental: "No les diría ni una sola palabra... sino que los escucharía... oiría lo que ellos tienen que decir... Eso fue lo que nadie hizo", contestó el rockero. 

Los sobrevivientes a veces claman por ayuda, a veces claman por justicia (el suicidio del asesino destruye esa posibilidad), a veces claman por venganza (más violencia). Pero lo que ellos dicen no nos interesa. El público espectador cambia el canal; la noticia termina rápido para pasar a la información de los "faranduleros": las nuevas siliconas de la última modelo, el bar de moda, la marca de calzoncillos que usan los famosos y la anorexia de Victoria Beckham. Pastillas antidepresivas, alucinógenos y exorcismos que nos sacan de la realidad y nos protegen del dolor, sobre todo del dolor ajeno.

Porque curiosamente siempre pensamos que las víctimas de los actos de violencia son los otros.

¿Pensaremos lo mismo cuando la violencia toque nuestra puerta, destruya nuestro patrimonio, elimine nuestros sueños? Cuando la foto sea la de mi hermano, la de mi hijo, la de mi amigo, ¿defenderemos la libertad de portar armas? Amenazaremos de muerte a los aficionados del otro bando? ¿Seguiremos sembrando odio racial? ¿Continuaremos nuestra campaña de desprestigio social al que piensa distinto? ¿Prometeremos aún "ríos de sangre" si se aprueba una ley con la cual no estamos de acuerdo?

Las víctimas de la violencia tienen la palabra. Son las únicas que pueden convencer a los demás para que, entre todos, intentemos frenar este genocidio.

La palabra tolerancia sigue siendo un neologismo.