Poesía para la libertad
El último día de mayo nueve jóvenes poetas (Alfredo Ilama, Diego Mora, Daniel Marenco, Byron Espinoza, Alejandro Cordero, Laura Solano, Faustino Desinach, Karina Acosta y Paola Valverde Alier) visitaron las prisiones del país. La actividad se desarrolló como parte del V Festival Internacional de Poesía. El objetivo fue liberar poesía en prisión, para que la poesía regalara libertad a todos.
Según el reportaje aparecido en la prensa, los privados de libertad no sólo atendieron la convocatoria sino que algunos participaron activamente, empuñando el arma de la palabra y la fuerza de la creatividad poética, una de las fuerzas más poderosas que posee (o tiene prestada) la humanidad.
La prensa dice que el lema de la actividad fue "la poesía salva".
Tengo el honor de conocer a Paola Valverde, una mujer joven con una simpatía a prueba de tormentas, que mezcla la arrolladora fuerza de su poesía con un incontenible deseo de proyectarse hacia los demás y abrir espacios de libertad, principalmente entre la población recluida en nuestras cárceles. Paola ha logrado maravillas con sus poesías y talleres. No sólo ha abierto las puertas del arte a decenas de personas - hombres y mujeres privados de su libertad como sanción por actos ilícitos-, sino que los ha impulsado a la creación (poética o plástica), provocando en ellos una reacción en cadena que sana las lacerantes heridas del crimen y del desprecio social, y que se desborda hacia la misma sociedad y en beneficio de ella. Porque las humanidades humanizan.
Paola lleva años realizando esta actividad silenciosa. Y personalmente la admiro por ello.
Pero eso no es todo: sus creaciones literarias no tienen vocación de silencio. En 2001, siendo aún una adolescente, publicó su primer libro de poesía en prosa titulado “Sombras y Perfiles”. Al leerla, caemos en la cuenta de que a duras penas sólo alcanzamos a percibir unos cuantos metros en la profundidad de su mar creativo. Sus creaciones han continuado durante estos años y algunas son accesibles por medio de la internet. Pero hay algo mejor que leerla: escuchar sus poemas de su voz, declamados por ella. Y por ello, envidio un poco a los que participaron de esa actividad.
El año pasado pregunté a mis estudiantes de la universidad cuál era, a su juicio, el grupo social más reprimido, el más necesitado, el último de la fila. Unos dijeron que los niños de la calle, otros que los pueblos indígenas, otros que los adultos mayores, los enfermos terminales o las mujeres solteras cabezas de hogar. Pero un estudiante (sólo uno) sostuvo que el grupo más marginado era la población penal. Y yo estuve de acuerdo con él. El experimento fue una prueba de ello: nadie, salvo uno, se había acordado de ellos. Y eran estudiantes de derecho.
A nuestros conciudadanos que se encuentran en prisión, purgando una pena (esperemos que justa) impuesta por un juez de la República, no sólo se les sanciona limitando su libertad, sino que se les ignora, se les desprotege en muchos de sus otros derechos y libertades (los cuales no deben sufrir sanción alguna), y cuando se piensa en ellos, la sociedad los desprecia y estigmatiza. Muy pocos han logrado superar eso. Nuestro gran autor y embajador José León Sánchez es punto de referencia, pero no deja de ser excepcional.
Siempre he pensado que nuestra justicia social se mide por el modo como nuestra sociedad trata a sus presos. La supuesta "resocialización" no se realiza automáticamente: hay que trabajar por ella, o de lo contrario, la cárcel no será más que castigo en estado puro, como diría Tim Willocks en su excelente novela "El fin último de la Creación" ("Green River Rising", 1994).
Por ello, hace doce años (en 1994), con la ayuda de un grupo de jóvenes del club Rotaract y el apoyo de un periódico, organicé un proyecto que se llamaba “Libros para la libertad”, para conseguir donativos de libros nuevos y regalarlos en las prisiones. Recordé esa linda experiencia, que respiraba del mismo ideal que las actividades de Paola, y di gracias por haber tenido la oportunidad de llevarla a cabo, hace ya tantos años.
En “The Shawshank Redemption”, película magistral dirigida por Frank Darabont (1994) y basada en una historia corta del también magistral Stephen King, hay una escena inolvidable: Andy Dufresne recibe una donación para la biblioteca: se trata de una colección de discos y libros; cierra la puerta de la oficina del alcaide, coloca en el tocadiscos “Las bodas de Fígaro” de Mozart, conecta el micrófono y lanza la música por los altoparlantes de toda la prisión, a sabiendas que será sancionado por ello. Y todos los reclusos detienen lo que hacen, y escuchan, absortos ante tanta belleza. Y dice Red, el narrador, que fueron libres en ese momento.
Recordé esto cuando leí que en la actividad de la semana pasada, cerca del espacio para los poetas, había un grupo de internos que jugaba dominó, totalmente desinteresados en la poesía; pero poco a poco, conforme los versos aparecieron, fueron tentados, despacio, y dos de ellos acabaron poniendo más atención a la poesía que al juego...
Porque las humanidades humanizan.
A Paola, Faustino y amigos, mi respetuoso saludo y cálido abrazo por la libertad que regalan.