martes, septiembre 29, 2015

Unos días con Botero en Bogotá

Estuve en Bogotá unos días, para participar en un seminario. Era mi primera vez en territorio colombiano y aproveché para conocer rápidamente algo de tan gran ciudad.

Una mañana de miércoles subí el Cerro de Monserrate, al oriente de Bogotá, a 3152 msnm (más de 500 metros más alto que la capital), donde se ubica un santuario dedicado a la virgen negra sedente, la misma que encuentras en tierras catalanas. Se sube por teleférico, funicular o a pie. Ese día no había funicular, así que lógicamente pagué el boleto del teleférico. Desde su mirador se divisaba toda la ciudad. Una vista hermosa, en un día plomizo y frío (comparado con la temperatura en San José, a sólo 1300 msnm).

Luego bajamos hacia La Candelaria y pude visitar el Museo Botero. Fernando Botero es sin duda uno de los artistas más relevantes de la actualidad. Recuerdo haber aprendido mucho al escucharlo hace años en una entrevista que le hizo Andrés Oppenheimer en CNN. Pero estar frente a sus obras fue algo genial.

El Museo alberga una colección de 208 obras, 123 de Botero y 85 de otros maestros, donadas por el mismo artista. Pinturas, esculturas, dibujos, con ese estilo tan característico que es imposible no reconocerlas, estén donde estén. Los minutos pasaban sin sentir. Y de pronto, cambiando de salón, me encontré dialogando con Picasso, Monet, Dalí, Chagall, Miró, Pissarro… ¡Vaya tertulia! Era el arte, generando su impronta indeleble en el alma del espectador silente, tan sólo al observarla (aclaro que para mí, observar y mirar no son sinónimos).

De ahí, a la Plaza de Bolívar, llena de palomas y rodeada de majestuosos edificios. Y un rato lamentablemente breve en la librería del Fondo de Cultura Económica, en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en donde los bibliófilos pueden nadar a gusto y lamentar no tener suficientes divisas para llevárselo todo. Y luego el Museo de Oro del Banco de la República, con su colección de orfebrería precolombina. Pendiente quedó la visita a la Catedral de Sal de Zipaquirá y a otras de las muchas atracciones de las distintas ciudades de tierras colombianas.

Unas pocas horas bogotanas, que coincidieron con el anuncio del acuerdo de paz, fueron suficientes para experimentar no sólo la magnificencia de su arte, cultura e historia, sino también la virtud y amabilidad de los hijos e hijas de Colombia, la belleza de su capital, la delicia de su gastronomía y la sensación de su viento frío de setiembre, que hacen nacer en el visitante deseos de regresar, cuando el sino lo permita.

Colombia habla a través del arte de Botero, de los escritos de García Márquez, de su legado histórico y también, principalmente, de la hospitalidad y cordialidad de su pueblo. A Latinoamérica le conviene escuchar sus palabras.

jueves, septiembre 10, 2015

Refugiados y desplazados

La noticia publicada el día de hoy en el periódico de mi ciudad termina diciendo así: "Un total de 381.412 personas han llegado a Europa, a través del mar Mediterráneo, desde enero de este año, y 2.850 fallecieron en el trayecto o fueron dadas como desaparecidas, informó el martes el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR)".

De hecho, ACNUR calcula en casi 60 millones el número de personas alrededor del mundo que han sido forzadas a huir de sus hogares debido a la guerra o a la persecución. La guerra sigue siendo la causa principal del desplazamiento forzado en el mundo. El 55% de los refugiados proceden de cinco países: Afganistán, Somalia, Irak, Siria y Sudán del Sur. Respecto a las personas desplazadas, figuran países como Siria, pero también Colombia. Hay 10 millones de personas apátridas, es decir, que carecen de una nacionalidad, en países como Myanmar, Côte d'Iviore, República Dominicana y Tailandia, entre otros. Esto, según ACNUR, a finales de 2014.

Las noticias dan fe de la gravedad del fenómeno, ejemplificado los últimos días por la oleada de personas que buscan en la vieja Europa alguna posibilidad de subsistencia, arriesgando todo (literalmente). Un drama humano inimaginable. La Comisión Europea ha propuesto que la UE reciba 160 mil personas en total, distribuidos en cuotas por país. La propuesta ha recibido oposición de Hungría, alegando que ese éxodo masivo amenaza "las raíces cristianas de Europa". En Francia algunos diputados se pronunciaron por recibir únicamente a cristianos, mientras que la extrema derecha considera que si los clandestinos trabajan es un "escupitajo" en la cara para los desempleados franceses. Esto, según el periódico de hoy.

Por lo visto, los refugiados reciben zancadillas y patadas no sólo de las camarógrafas húngaras. Vean las noticias (no las de prensa rosa ni los deportes) y quizá concuerden conmigo en que esta es una época extremadamente violenta, en la cual los derechos de las personas y la paz de los pueblos (también un derecho) están a la baja.

Escritas en 1939, las dramáticas palabras de W. H. Auden son más actuales que nunca: es el primero de diez poemas agrupados en "Diez canciones", que algunos llaman "Blues del refugiado". Así de poderosas son las silentes palabras de los poetas:    

Digamos que hay diez millones en esta ciudad,
unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:
con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no hay lugar para nosotros.
Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,
mira en el atlas y ahí la encontrarás:
no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir ahora.
En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo
que al llegar la primavera florece nuevamente:
los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los pasaportes viejos no lo hacen.
El cónsul golpeó la mesa y dijo:
“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:
pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.
Fui a un comité; me invitaron a sentarme;
me pidieron cortésmente que volviera en un año:
pero ¿a dónde iremos hoy, querida? ¿hoy a dónde iremos?
Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y dijo:
“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;
hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.
Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;
era Hitler en Europa diciendo: “¡Deben morir!”;
nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.
Vi un perrito con abrigo cerrado con un alfiler,
vi una puerta abierta para que entrara el gato:
pero ellos no eran judíos alemanes, querida, ellos no eran judíos alemanes.
Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,
vi nadar a los peces como si fuesen libres
a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco metros de mí.
Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;
no tenían políticos y cantaban a placer:
no eran la raza humana, querida, no eran la raza humana.
Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,
mil ventanas y mil puertas;
ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.
Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;
diez mil soldados marchaban de aquí para allá:
buscándonos a ti y a mí, querida, buscándonos a ti y a mí.


Todos los días son 20 de junio. Todos los días son el Día Mundial del Refugiado.