martes, junio 05, 2007

La universidad democrática

Enseñar a pensar. A cada persona. Para que tenga su propio criterio en relación con cualquier tema, principalmente sobre aquellos que sean significativos para su vida. Para que cada uno busque su camino, su verdad. Sin miedo a las ideas, especialmente a las más rebeldes o apócrifas. Sin censuras contra libros o autores. Abriendo los brazos a las preguntas y a las propuestas disímiles, provenientes de visiones –del mundo y de la vida– distintas e incluso contradictorias, que intentan darles respuesta. Así es como veo a la Universidad en una sociedad democrática.

Por eso, y otras razones más, es que siempre sostuve que la Universidad es uno de los pocos lugares que tiene la sociedad actual para gastar el tiempo hablando de cosas interesantes. Y siempre he creído que esa idea refleja correctamente la premisa original, que hizo nacer hace siglos esa universitas scholarum et magistri, ese conjunto de estudiantes y maestros dispuestos al diálogo, a la reflexión creadora y al análisis serio y ponderado, pero ante todo, dispuestos a la libertad, a potenciar la libertad.

Hoy, cuando el Presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho dice que esa libertad está disminuyendo, porque la universidad (como institución) abraza y defiende como verdades absolutas algunas ideas en materia política, económica o social, sin dar espacio a la idea disidente y sin propiciar el debate, mi temor de años reaparece y se confirma: hace mucho tiempo que esa libertad se ha ido perdiendo. Hace mucho que en el seno universitario falta democracia. Hace tiempo que las libertades del pensamiento van a la baja en la lista de los valores universitarios; que la libertad de conciencia se fulmina; que la libertad de cátedra se programa, dirige o tuerce. Hace ya mucho tiempo.

El ideal educativo de un servidor, en cambio, es el que enseña y defiende el profesor Keating, el maestro de La sociedad de los poetas muertos. Vean esto, tomado del magnifico script de Tom Schulman (ganador del Oscar) para la memorable película de Peter Weir, cuando el maestro se trepa en su escritorio frente a su clase:

“KEATING: ¿Por qué razón me subo aquí?... ¿Alguien?...

CHARLIE: Para sentirse más alto…

KEATING: ¡No!

Keating toca la campana de su escritorio con el pie.

KEATING: Gracias por jugar, señor Dalton… Me subo en mi escritorio para recordarles que debemos constantemente mirar las cosas de un modo diferente...

Keating observa alrededor de la clase desde lo alto del escritorio

KEATING: Verán, el mundo se ve distinto desde aquí. ¿No me creen? Vengan y véanlo por ustedes. ¡Vamos! ¡Vamos!

Charlie and Neil rápidamente se levantan de sus asientos y van hacia el frente del aula. El resto de la clase los sigue. Mientras Keating continúa hablando, Neil and Charlie se unen a él en el escritorio, y entonces Keating salta hacia abajo.

KEATING: Justo cuando piensen que saben algo, tienen que verlo de otra manera. Incluso cuando pueda parecer tonto o erróneo, deben intentarlo. Ahora, cuando lean, no consideren qué piensa el autor: consideren qué piensan ustedes. Chicos, deben esforzarse en encontrar su propia voz. Porque mientras más esperen para comenzar, más difícil les será encontrarla. Thoreau dijo: Muchos hombres conducen sus vidas en silenciosa desesperación”. No se resignen con eso… "

Aclaro que no creo que los estudiantes deban “auto-educarse”. Para algo existen los profesores, sobre todo en la educación presencial (la educación a distancia es otra cosa). La idea es que uno enseña y todos (incluyendo el maestro) aprenden. Por ello, estoy en contra de la difundida y viciada práctica de algunos docentes, que el primer día de clases asignan trabajos de investigación, los cuales los estudiantes exponen en las siguientes lecciones ante el grupo. Los pobres alumnos hacen lo que pueden, copian unas cuantas páginas web, repiten lo poco que aprendieron y nadie hace preguntas por solidaridad. El profesor, satisfecho de que no haya dudas, ordena el inicio de la siguiente exposición. Eso, para mí, se llama “democratizar la ignorancia”. Y actuar así es una estafa, porque al maestro no le pagan para que sus alumnos den las clases; ni siquiera para que él dé las clases: le pagan para que sus alumnos APRENDAN.

Un recuerdo inocuo de mi infancia: soy de esos que tuvieron la misma maestra durante los seis años de la primaria, lo cual fue una gran suerte. Se llama Lidiette y tengo muchos años de no verla. Pero cuando ella faltaba, nos mandaban un maestrito que se dedicaba a hacer concursos de preguntas y respuestas en grupos, y las respuestas las podíamos leer de los cuadernos. Era divertido pero no se aprendía nada. Personalmente, incluso siendo niño, me daba lástima ese tipejo flacucho con tan pocos recursos docentes. Pero al menos no causaba daño. Y sólo duraba un día o dos. Si así hubiera sido durante un semestre, hubiésemos salido del curso sabiendo menos que cuando entramos.

Hoy los estudiantes buscan y exigen un debate equilibrado para crear discusión sobre el tema en estudio. Hoy los estudiantes piden a sus autoridades respetar el derecho que tienen de informarse ampliamente dentro de un ambiente de imparcialidad.

La mayor autoridad de ese centro de enseñanza dijo que los órganos políticos de la entidad puede tomar una postura con respecto a un tema determinado. Es cierto. Pero ¡cuidado!: por defender la libertad de opinión no puede atacarse la libertad de opinión de los demás. La posición de los miembros del órgano no significa que sea la posición de todos los universitarios. De hecho, creo que las universidades no pueden tener posturas, porque están formadas por muchas personas, todas con distintas ideas y visiones, y todas con un rol importante que desempeñar. Tampoco la opinión de la mayoría sería la única, porque habría que dar espacio para los votos salvados de las minorías.

Más bien, el papel que debe tener una universidad democrática es, en primer lugar, respetar el derecho y la institucionalidad del país, y en segundo lugar, dar paso al pluralismo en su expresión más amplia posible. No tener miedo a que en ella se presenten las treinta posturas divergentes y antagónicas que existan sobre un tema. Porque nadie es dueño de la verdad, y mientras más ideas e información tengamos, mientras más cuestionemos y pongamos a prueba las ideas de los docentes y autores, de los jerarcas y sabios, de los expertos y sus asesores, más libres serán nuestros pensamientos y deseos, y por ende, nuestra vida.

Pero como dije, desde hace mucho que eso no es posible en las universidades de mi país, porque le impiden el acceso al campus a ciertos políticos; porque monopolizan las conferencias y mesas redondas, porque se buscan caminos para que algunos queden afuera del claustro docente por el bufete donde trabajan o los casos judiciales que llevan. Y todo eso, tanto en la universidad pública como en la privada. Se teme a la libertad.

Lo que yo piense sobre el tema en discusión (en el caso de los estudiantes de derecho) es irrelevante y siempre lo será. De modo que no estoy defendiendo mis ideas, sino la necesidad de que se dé espacio para la exposición de todas las ideas, y para la generación de nuevas ideas. Porque la universidad NO TIENE como misión adoctrinar a la gente. Ni tampoco es la misión de los profesores. El profesor no debe lograr que sus alumnos piensen como él, sino simplemente que piensen por sí mismos. No debe lograr adeptos ni prosélitos. Su misión no es crear un club de fans ni un grupo de gente que esté dispuesta a beber la cicuta por él, ni a ser carne de cañón por él, ni a repetir sus slogans, ni a avanzar en las marchas por él, ni a escribir los borradores de los libros que él quiere publicar (si les contara lo que he visto). Esa no es la misión de los docentes universitarios, ni la de los de secundaria, ni en la primaria.

Y por todo eso, firmemente creo que nuestra educación no es suficientemente democrática. Al menos, no para mi gusto.

Un periodista comentó lo siguiente sobre el caso: “Los estudiantes de Derecho saben que la contradicción está en la base misma de su disciplina. Por cada tesis, hay una o varias tesis contrarias. Lo aprenden desde los cursos de Introducción al Derecho, donde el obligado repaso del pensamiento jurídico exige contrastar las diversas escuelas y sopesar sus respectivas fortalezas y debilidades. Por eso no extraña que la excitativa a las autoridades universitarias mane del presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho. El planteamiento del dirigente universitario tampoco es mucho pedir".

Doy fe. Y estoy con ellos.

 

viernes, junio 01, 2007

Esa manía de cambiar los títulos de las películas

Social y jurídicamente se reconoce que una película es una obra intelectual protegida por los derechos de autor y de gran impacto cultural. Las películas son obras en las que participan muchas personas: actores, guionista, director, editor, compositor, diseñadores de vestuario y técnicos. Basta con quedarse al final para ver la casi interminable lista de nombres de los que contribuyeron con su ingenio, creatividad y destrezas en su realización de la obra artística. Un verdadero ejército, bajo el mando del director.

Considerar la obra cinematográfica de esta manera puede llevar a muchas reflexiones. Entre ellas, siempre he pensado que lo que hace la censura, cuando corta escenas de las películas para autorizar su proyección, además de ser una falta de respeto para el público atenta contra la integridad de la obra, que es uno de los llamados “derechos morales de autor”, lo que implica que, para hacerlo, los Torquemadas de turno deberían contar necesariamente con autorización del titular de la obra: el director. Pero ese es un tema aparte.

En una película todo comienza con un guion, que es una obra cultural independiente, también protegida. El escritor es el gran artífice porque su guion es la base de la producción. A veces, basado en material previamente publicado (como cuando adapta un libro); otras veces, completamente original. A veces, muy elástico, dejando gran libertad al director; otras veces, muy pétreo o detallado. Y como todo autor, el guionista ha escogido para su guion un nombre adecuado.

Un nombre que, como todo lo que se traduce, sufre un poco al ser traducido. El problema es que muchas veces impunemente, se cambia, transforma o convierte en algo ridículo.

Así que voy a hablar sobre dos actividades: traducir las películas y modificar sus nombres.

Autorizar la traducción también es parte de los derechos del autor. Y en un mundo cada vez más “englobado” (para no usar la palabra usual), es más que oportuno que las obras se traduzcan: así llegan a más personas. Eso sí: en el caso de las películas, a mi juicio la única “traducción” digna es el uso de subtítulos. Porque el sonido original es esencial. Porque los actores también actúan con su voz. Si las voces se doblan, no siempre se obtiene el mismo resultado, por buenas que sean (hay que reconocer el valor profesional de los actores de doblaje). A veces no queda otra, como por ejemplo en las películas para niños o en las animadas. Pero esa es otra historia.

Basta con observar una película por TV para darse cuenta que de ordinario el doblaje hace perder mucho de la calidad de la cinta. Ben-Hur es un buen ejemplo. El sonido original es extraordinario. La voz de Heston es imponente, y todo a su alrededor. Pero la versión doblada al español que pasaban por la TV era menos que pésima. Tanto así que tuvieron que hacer un nuevo doblaje; el que proyectaron hace pocos meses es bastante mejor.

A mi juicio, y con el debido respeto, lo más adecuado para el cine es conservar el idioma original y poner subtítulos. Mel Gibson ha filmado en arameo y maya, y ha prohibido que sus películas se doblen. Y Eastwood acaba de filmar en japonés. 

En Latinoamérica estamos acostumbrados a los subtítulos. Tanto, que casi todos los DVDs producidos en los EEUU vienen ahora subtitulados en español. En cambio, los norteamericanos aún no se acostumbran. Hace poco leí a un señor que afirmó que “El Laberinto del fauno” era una buena película pero que su gran defecto era que no estaba en inglés. Qué mentalidad. Imagino que ese sujeto compraría la Novena Sinfonía de Beethoven sólo si la Oda a la Alegría del Cuarto movimiento está en inglés. Como diría Manolito (el amigo de Mafalda), “de todo hay en este supermercado de Dios”.

En cambio, en otras zonas del mundo presentan las películas dobladas, incluso por mandato de ley. Sin comentarios.

Por fin, hablemos sobre la manía (muy difundida) de “traducir” el nombre de las películas cuando se presentan en un país o región con un idioma distinto del de su origen. Aunque suena lógico, eso implica en ciertas ocasiones alguna dificultad, porque hay frases y expresiones difíciles de traducir. Muchas veces hay que aproximarse hasta donde sea posible, porque no siempre se logran expresiones equivalentes, o las que lo son carecen de atractivo artístico. Hay casos en que la excesiva literalidad desconcierta. Así, justifico plenamente que “Jaws” se haya traducido como “Tiburón” y no como “Mandíbulas”, y que “Heat” se conozca en español como “Fuego contra fuego”, no como “Calor”.

Pero a veces la traducción de los títulos es pésima. En el peor de los casos, simplemente les cambian el nombre y la película parece completamente otra. En alguna parte del mundo “Forrest Gump” se proyecto como “El narrador de historias”, "Rosemary’s Baby" se convirtió en “La semilla del diablo; “Sons of a lesser god” fue “Te amaré en silencio” y “A room with a view” terminó en “Un amor en Florencia”. ¿De dónde sacaron eso? Es como si a “The Birds” (Hitchcock) la llamáramos “Invasión asesina", o algo así.

Gracias a un blog sobre cine conocí los siguientes ejemplos de títulos de películas recientes:

"The Shawshank Redemption” se llamó “Cadena perpetua” en España y en Costa Rica “Sueños de fuga”.
“Freedom Writers” se convirtió en España en “Diarios de la calle”.
“The hills have eyes II” cambió a “El retorno de los malditos II” (en Costa Rica, “El despertar del diablo 2”).
“Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus” la llamaron “Retrato de una obsesión”, poco original, por cierto, muy semejante a “Diario de una pasión”, y a otras.
“Music and Lyrics” se llamó “Tú la letra, yo la música” (no está mal, pero ¿qué les costaba llamarla simplemente “Música y letras”?
“Home of the Brave” (que es una frase del himno de los Estados Unidos) se tradujo en Latinoamérica como "Regreso al infierno” (¿Habrá sido a propósito?)
“The prestige” se llamó “El truco final (El prestigio)”. En Costa Rica, “El gran truco”
“Flushed Away" se convirtió en España en “Ratónpolis”, y en Costa Rica, “Lo que el agua se llevó”
“The sentinel” transmutó a “La sombra de la sospecha”.

Curiosamente, algunas veces unos lo hacen bien y otros fallan: “The holiday” (Las vacaciones) se conoció en Costa Rica como “El descanso”, y “Flags of our fathers”, la película de Eastwood sobre Iwo Jima, en España se llamó “Banderas de nuestros padres” (como Dios manda), mientras que nosotros la vimos como “La conquista del honor”. No es un mal título, pero no es el correcto. 

También los estadounidenses caen en lo mismo. “El laberinto del fauno” se convirtió en USA en “El laberinto de Pan” (Pan’s Labyrinth). Todos sabemos que Pan es un fauno, pero la historia no es sobre Pan.

Leí por ahí que hace algunos meses se analizaron algunos aspectos curiosos en torno a la traducción de los títulos de películas. Por ejemplo, se indicó que “Someone flew over the cuckoo's nest”, traducida en España como “Alquien voló sobre el nido del cucú” y en Latinoamérica  como “Atrapado sin salida”, parte de un error de traducción, pues -dicen- "a Cuckoo's nest" en inglés quiere decir más o menos "jaula de locos" (un manicomio). No sé si será cierto, pero se trata sin duda de un caso difícil.

Arias Carrión se lamenta porque la mayoría de los títulos en español contiene un núcleo bastante cerrado de palabras “clave” que se repiten y que no hacen más que empobrecer el vocabulario. Si vamos a ver un thriller, se repetirán, con pequeñas variaciones, las palabras “desafío”, “salvaje”, “final”, “último”, “límite”, “peligro”, “riesgo”, “extremo” y “máximo”. En una comedia romántica, las palabras “dos” y “amor”. En una de terror, “muertos”, “resurrección”, “exorcismo”, “última”, “profecía”, “zombi”, “diablo”. Todo por acercar al público al cine o al videoclub. 

Reitero que posiblemente los expertos en mercadeo quizá consideren que la traducción más exacta de algún título no sea buena para la publicidad del filme o para atraer a la audiencia. Bien. Pero deberían tener más cuidado de no poner a las películas títulos ridículos o que cambien completamente su presentación o personalidad. Porque es como si a una persona que conocemos le cambiáramos de nombre solo porque… bueno… no sé por qué.

Actualización 20 octubre 2012: esta entrada (publicada hace más de cinco años) contenía una información que, según me informó un lector, era inexacta o errónea, sobre la versión que se proyectó en España de la película Lady Hawk (Richard Donner, 1985) y el nombre de sus personajes en esa versión. La vi  en inglés y subtitulada, en el viejo formato de VHS, y que lo que relaté fue una anécdota, lo que Antonio, joven madrileño que estudió en mi país hace años, me narró a finales de los ochenta, mientras la veíamos, tal como recuerdo que él lo dijo. Recientemente ese lector me indicó que eso no era cierto, y que, por lo tanto, cometí un error al reproducir sus palabras, y una injusticia, con lo cual pude haber lesionado o insultado a los eventuales lectores españoles de este blog. Viniendo el comentario de parte de un español conocedor de esa buena película, le creo. Y por ello, hace unos días eliminé ese párrafo para que mi blog no contuviera información errónea y evitar que otras personas creyeran que estaba hablando mal del pueblo español. Pero ahora se me solicita aclarar más las cosas, pues a su juicio no basta con eliminar el párrafo. 
Es bueno no ocultar los errores y defectos, sino ser transparente y humilde. Reconozco mi ligereza al escribir este artículo hace cinco años por mi imprudencia de no cerciorarme de si lo que me había dicho Antonio en 1988 era cierto o no. No deseo que se piense que estoy insultando a algún pueblo o grupo de personas. Jamás esa ha sido mi intención. Espero que esta explicación y disculpa sea satisfactoria. 
Lo que sí lamento es que las aclaraciones las haya recibido entre insultos, pues quien se tomó el tiempo en escribirme en varias ocasiones me llamó racista, cobarde y otros adjetivos que considero irrespetuosos. Nada de eso era necesario: si dije algo erróneo o inexacto, no temo en reconocer el error y corregirlo. Si en su momento me limité a eliminar ese párrafo, fue porque pensé que con eso se corregía la información equivocada del blog y que eso bastaba. Por lo visto, no fue suficiente. Y por eso esta aclaración más detallada. Aclaro que no publiqué los comentarios, pero no por ser negativos, sino por ser insultantes. En resumen: me llamaron cobarde por borrar un párrafo erróneo de un texto que escribí hace cinco años sin aclarar por qué lo hice. Hoy explico. Y me calificaron de mentiroso y racista por contar algo que un compañero de nacionalidad española dijo y que resultó incorrecto. Hoy explico, aclaro y ofrezco disculpas si alguien se ofendió con eso.