lunes, octubre 22, 2012

Tiempo de respuestas

Lo que presento a continuación es el texto del breve discurso que tuve la oportunidad de preparar para el acto de graduación del Sistema de Estudios de Posgrado de la UCR, en representación de los graduandos, el viernes 19 de octubre de 2012.   


Tiempo de respuestas

Luis Ricardo Rodríguez Vargas. Estudiante Maestría en Derecho Comunitario y Derechos Humanos, Posgrado en Derecho
Discurso pronunciado en el acto de graduación - 19 de octubre de 2012

Señor Vicerrector de Acción Social de la Universidad de Costa Rica, M. Sc. Roberto Salom Echevería; señora Decana del Sistema de Estudios de Posgrado, Dra. Cecilia Díaz Oreiro; directores y directoras de los diversos programas de posgrado del Sistema de Estudios de Posgrado de la Universidad de Costa Rica; compañeros de graduación, familiares y amigos; señoras y señores:

Hoy es un día de alegría y gratitud, no sólo para los casi ciento cincuenta estudiantes que, en unos momentos, recibiremos títulos universitarios que acreditan que hemos concluido diversos programas de especialidad, maestría y doctorado, sino también para familiares y amigos, algunos de ellos aquí presentes, con quienes deseamos compartir esos sentimientos, sabiendo que, a diferencia de lo que sucede con las cosas materiales (que cuando se comparten se agotan), cuando se comparten alegrías éstas más bien se multiplican.

Felicito de corazón a los graduandos y, en ellos, a toda la comunidad universitaria. Pero no nos engañemos: alcanzar este objetivo ni es un logro puramente individual ni posee una finalidad exclusivamente personal.

Son muy pocas las cosas que un ser humano puede hacer sin ayuda de otros. Y ciertamente, obtener un grado académico no es una de ellas. Nuestras familias también han pagado una factura en tiempo, en dedicación de recursos, en paciencia y comprensión por nuestro estrés, cansancio y mal humor a finales de cada semestre.

Pero no sólo ellas. Este logro es producto de un emprendimiento colectivo de gran envergadura, iniciado hace décadas. Nuestra sociedad apostó por invertir los recursos y hacer los sacrificios que fueran necesarios para crear las condiciones requeridas para la existencia y subsistencia de una universidad pública, abierta, democrática, pagada por todos los hijos de esta patria y por otros que también viven bajo su cobijo. Obreros, campesinos, comerciantes, artesanos, maestros, empresarios, trabajadores públicos y privados, han ayudado a sostener esta universidad desde hace más de setenta años, como un proyecto generacional. Y ese esfuerzo social fue para permitirnos ingresar a ella. Sin conocernos, ellos creyeron en nosotros y nos dieron generosamente una oportunidad que muy pocos han tenido a lo largo de nuestra historia.

Para mí, es Costa Rica entera la que se congratula con esta graduación. Porque como profesionales y como personas –no lo olvidemos–, somos el resultado de un gran esfuerzo social. Por ello, creo que es nuestro deber dimensionar este momento de alegría en función de sus implicaciones sociales y éticas.

Es parte de la naturaleza humana hacer preguntas. Jostein Gaarder, en “El mundo de Sofía”, afirma que cuando éramos pequeños teníamos el permiso para hacer preguntas difíciles sin sufrir intolerancia. Los niños, dice Gaarder, siempre están haciendo preguntas, mientras que los adultos se acostumbran al mundo y dejan de preguntar. Y cuando los niños hacen preguntas los padres les mandan callar y marcharse a la cama…
Si tenemos la libertad y el deber de hacer preguntas, creo que no hay lugar más apropiado que una universidad. Aunque sean preguntas incómodas… especialmente si lo son.

Ejercitando ese derecho fundamental a hacer preguntas incómodas, que usualmente ejercito en mi labor docente en esta Universidad, deseo preguntar: ¿Qué vamos a hacer ahora con nuestro título? ¿Declararlo solamente nuestro y usarlo como instrumento para exclusivo beneficio y enriquecimiento personal? ¿Concebirlo como herramienta para lograr metas individuales, pasando si es necesario por encima de los demás, volteando la cara para ignorar el hambre, la injusticia y la pobreza? ¿O valorarlo en su dimensión social, haciéndolo rendir frutos de solidaridad que beneficien a otros?

Tenemos esa encrucijada frente a nosotros. Y lo que decidamos hacer será relevante, porque todo acto humano es causa de muchas consecuencias, unas próximas y otras remotas, como la piedra que se arroja a un lago y que va produciendo en las aguas círculos concéntricos cada vez más lejanos y cada vez menos perceptibles.

Pregunto de nuevo: ¿qué vamos a hacer con este diploma y, más aún, con la persona que, gracias a él, somos hoy?

Pienso que ha llegado el tiempo de mirar hacia nuestro país y sus necesidades esenciales, el tiempo de hacer rendir las capacidades, y el tiempo de redescubrir nuestros mejores valores: la paz en medio de un mundo convulso y violento, la solidaridad que crece entre los espinos de la indiferencia; el honestidad que no se disculpa en el mal ejemplo de los demás, la esperanza que sueña y actúa porque cree que puede hacer la diferencia.

Es tiempo de respuestas.

Respuestas trascendentes en una época en la que parece que nadie piensa ni actúa buscando el bien común; en la que el tejido social está muy lesionado, como una piel quemada por el sol. Frente a nosotros está la imperiosa necesidad de retomar las políticas públicas dirigidas a la justicia social y a la atención de los sectores más desfavorecidos; la urgente reivindicación de la ética profesional y la probidad, tanto en lo pequeño como en lo grande, tanto en los exámenes de la universidad como en el ejercicio de los altos cargos; y el ineludible deber de reafirmar los derechos fundamentales de las personas y las consecuencias de vivir en democracia.

Pero podemos decidir otra cosa: nos queda la opción de la inactividad, la excusa, el conformismo, limitarnos a quejarnos y maldecir, echarle la culpa al otro y hacer trampa cuando nadie nos vea. Y cerrar los ojos a las consecuencias sociales de nuestro actuar.

Savater nos dice que no somos libres de elegir lo que pasa pero sí libres para responder a lo que pasa, y que mientras más capacidades de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Y de ahí la importancia de nuestra preparación, no sólo académica, sino sobre todo humana y cívica, y de nuestras respuestas.

¿Qué ruta seguir? ¿Cómo no perder el camino? ¿Cómo elegir correctamente? Fidel Gamboa nos dio una pista cuando cantó: “a veces miro para atrás, pero es para saber de dónde vengo”.

Si queremos ofrecer lo mejor de lo que somos a nuestro país, a nuestro pueblo, a nuestra universidad, a nuestra empresa, es importante que recordemos nuestras raíces, que regresemos mentalmente a la casa de nuestra madre, a nuestra niñez, cuando no poseíamos riquezas ni títulos, pero teníamos todo lo que necesitábamos: el calor de un hogar, el afecto de una familia.

Actuemos con respeto hacia lo que ellos nos enseñaron.

Regresemos a lo básico y esencial, para descubrir lo que verdaderamente somos.

Y aprovechemos este día luminoso para contagiar nuestra alegría y gratitud a los que tenemos cerca. 

Gracias, Universidad de Costa Rica. No te defraudaremos. Muchas felicidades a todas y a todos.

domingo, octubre 21, 2012

Fe de erratas y fe de errores

Fe de erratas es la curiosa expresión que se usa para corregir errores en un libro o impreso, detectados luego de su impresión física. Normalmente la fe de erratas se hace poco tiempo después de la impresión, cuando se identifican los errores (erratas), mediante un inserto, para no verse en la obligación de imprimir todo el trabajo nuevamente. Según entiendo, las fe de erratas se usan para errores pequeños y básicamente de naturaleza tipográfica.

Se distingue, por lo tanto, de lo que algunos llaman "fe de errores". Copio de un texto aparecido en la web de la Fundación del Español Urgente: "Fe de errores es la que hace referencia a aquellas informaciones erróneas que aparecen en los periódicos, en lo que respecta al contenido, y que suelen aparecer en la sección de «Cartas al director». Los periódicos publican estas rectificaciones o aclaraciones posteriormente para rectificar aquello que estaba equivocado" (http://www.fundeu.es/).

Así, si lo anterior está correcto, las fe de erratas son para errores de forma, y la fe de errores, para errores de fondo. Como se ve, la idea es reconocer de algún modo idóneo un error publicado. Si se trabaja con buena fe y claridad en las intenciones, también es de buena fe reconocer los errores y la posibilidad siempre latente de cometerlos. El que nos hace ver un error y nos explica en qué consiste nos hace, pues, un favor.

En algunos casos (los más serios), como se indicó, el tema tiene que ver con un derecho humano: el llamado derecho de rectificación y respuesta, es decir, el derecho que posee toda persona afectada por informaciones inexactas emitidas en su perjuicio a través de medios de difusión legalmente reglamentados y que se dirijan al público en general, a efectuar su rectificación. Consagrado en el artículo 14 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, este derecho -nos dice Gross Espiell- "sólo se comprende y se explica en función de la libertad de pensamiento, expresión e información. Estos derechos forman un complejo unitario e independiente... En su dimensión individual, el derecho de rectificación o respuesta garantiza al afectado por una información inexacta o agraviante la posibilidad de expresar sus puntos de vista y su pensamiento respecto de esa información emitida en su perjuicio. En su dimensión social, la rectificación o respuesta permite a cada uno de los integrantes de la comunidad recibir una nueva información que contradiga o discrepe con otra anterior, inexacta o agraviante" y "permite, de ese modo, el restablecimiento del equilibrio en la información, elemento necesario para la adecuada y veraz formación de la opinión pública, extremo indispensable para que pueda existir vitalmente una sociedad democrática" (CorteIDH, opinión consultiva OC.7/86, Gross Espiell, opinión separada).

El tema del reconocimiento de los propios errores en lo que decimos y escribimos me parece permanentemente actual y atinado, como parte de la autenticidad intelectual y el respeto a la verdad. Lo digo, además, a propósito de la aclaración que publiqué ayer en este blog.

Todo ello me hizo recordar un hermoso poema de don Francisco Amighetti, el gran artista plástico y escritor costarricense, unos versos que figuraban en el cartel del homenaje que, aún en vida, le rindió el Centro Costarricense de la Ciencia y la Cultura (Museo de los Niños) en el año 1994 (estuve ahí, porque ahí trabajaba), y que presentaba también  un hermoso grabado suyo, un autorretrato en el que, con el brazo levantado, brinda con todos nosotros. El poema decía: 

"Cuando el tiempo lo diga / me doblaré en magnolias / sobre la tierra oscura, /plañiré como un álamo / sobre un cristal de llanto, / y mientras eso llegue, / seguiré por los caminos / equivocándome siempre".

Ya lo decían los latinos: "Errare humanum est"

miércoles, octubre 03, 2012

Bolsillos rotos

Desde el último escrito publicado en este blog, a propósito de la partida de mi padre, ha pasado ya un año. La Tierra regresó a este punto en el espacio, como lo ha hecho desde hace mucho. Y yo, con ella.
 
Algunos amigos me preguntaron durante estos meses acerca del blog. La verdad, no tenia idea si iba a continuar escribiendo en él. A fuerza de posponerlo, dejé pasar temas que creí interesantes, y su relevancia o momento se disolvió, en silencio, y los perdí de vista.  Fue como si, por callar, hubiese perdido la voz. Aunque hay que confesar que el trabajo y el cierre de mi maestría tuvieron un porcentaje de culpa mayor que mi falta de motivación, mi pereza o mi escasez de inspiración. En resumen, mis circunstancias y yo fuimos cómplices. Y así, como dije, como si nada, pasó un año.
 
En algún momento (a veces experimento esos arrebatos nihilistas) incluso llegué a pensar que nadie estaría interesado en leer lo que escribiera. Y es posible que así sea. Sin embargo, la cuestión no es si alguien está interesado o no en leer esto. La verdadera cuestión, creo, es si yo deseo escribirlo, aún a sabiendas de que nadie o casi nadie ('que no es lo mismo, pero es igual', como diría Silvio) lo leerá. Y de pronto, lo tuve claro: ¿no es acaso ése, el destino del escritor? Escribir jugándose la vida a una mano, saltando sin red de seguridad, apostando todo al caballo novato.
 
Internet me ha dejado de parecer una maravilla desde hace mucho tiempo. Pero aún conserva algo positivo: que permite publicar lo impublicable, lo heterodoxo, y a costo cero, lo cual es difícil de superar. Lo único que se requiere es sacar el rato para escribir. Lo que me regresa al punto de inicio: los doce meses de silencio. 
 
La idea original de Página10 era “perder el tiempo hablando de cosas interesantes”, como dice arriba. En eso se parece bastante a la universidad o a una conversación de amigos. Durante estos años, casi siempre he escrito algo relacionado con la cultura que me es cercana (arte, cine, libros, música) o alguna tontería que creo simpática (algo que procuro hacer también en las lecciones que imparto en la Universidad). Otras veces (pocas) comenté algún tema más serio. Espero seguir por ese mismo derrotero en los próximos meses. Siempre hay algo interesante para comentar. Sin embargo, me parece que ha llegado el tiempo de insistir más en algunos temas que creo esenciales para nuestro país.
 
En concreto, me preocupan: a) la imperiosa necesidad de retomar las políticas públicas dirigidas a la justicia social y a la atención de los sectores más necesitados; b) la urgente necesidad de hablar una y otra vez sobre ética profesional, honestidad y probidad, empezando en los exámenes de la universidad, y hasta el ejercicio de los altos cargos públicos o privados; y c) la ineludible necesidad de reafirmar los derechos fundamentales de las personas y las consecuencias de vivir en democracia.
 
Me preocupa que éstos u otros temas trascendentes estén casi ausentes en el quehacer intelectual (no digamos el político) y sean obviados por los medios, que parecen sólo gastar tiempo o tinta en sucesos, escándalos de personas sin oficio conocido a las que les llaman “socialités”, resultados deportivos, chismes de participantes de reality shows y cosas así, a un costo de oportunidad muy alto. ¿Quién está pensando en el bien común? ¿los gobernantes? ¿los gobernados?; ¿los profesionales, los estudiantes, los maestros, los eclesiásticos, los partidos políticos? Creo que no. Cada uno piensa sólo en intereses individuales o corporativos. Y se nota: el tejido social está muy lesionado, como una piel quemada por el sol. ¿No les parece que estamos un poco distraídos y que, por nuestros bolsillos rotos, se nos está perdiendo poco a poco el país que amamos?
 
Ya veré por dónde sigue el camino nuevo de este blog. Por lo pronto, viene a mi mente la frase final de "El Señor de los Anillos", que no la dice Frodo, sino Sam Gamyi: "Bueno, ya regresé".