Tiempo de respuestas
Lo que presento a continuación es el texto del breve discurso que tuve la oportunidad de preparar para el acto de graduación del Sistema de Estudios de Posgrado de la UCR, en representación de los graduandos, el viernes 19 de octubre de 2012.
Tiempo de respuestas
Luis
Ricardo Rodríguez Vargas. Estudiante Maestría en Derecho Comunitario y Derechos Humanos, Posgrado en Derecho
Discurso
pronunciado en el acto de graduación - 19 de octubre de 2012
Señor Vicerrector de Acción Social de la Universidad de Costa Rica, M.
Sc. Roberto Salom Echevería; señora Decana del Sistema de Estudios de Posgrado,
Dra. Cecilia Díaz Oreiro; directores y directoras de los diversos programas de
posgrado del Sistema de Estudios de Posgrado de la Universidad de Costa Rica; compañeros
de graduación, familiares y amigos; señoras y señores:
Hoy es un día de alegría y gratitud, no sólo para los casi ciento
cincuenta estudiantes que, en unos momentos, recibiremos títulos universitarios
que acreditan que hemos concluido diversos programas de especialidad, maestría
y doctorado, sino también para familiares y amigos, algunos de ellos aquí
presentes, con quienes deseamos compartir esos sentimientos, sabiendo que, a
diferencia de lo que sucede con las cosas materiales (que cuando se comparten
se agotan), cuando se comparten alegrías éstas más bien se multiplican.
Felicito de corazón a los graduandos y, en ellos, a toda la comunidad
universitaria. Pero no nos engañemos: alcanzar este objetivo ni es un logro
puramente individual ni posee una finalidad exclusivamente personal.
Son muy pocas las cosas que un ser humano puede hacer sin ayuda de otros.
Y ciertamente, obtener un grado académico no es una de ellas. Nuestras familias
también han pagado una factura en tiempo, en dedicación de recursos, en paciencia
y comprensión por nuestro estrés, cansancio y mal humor a finales de cada semestre.
Pero no sólo ellas. Este logro es producto de un emprendimiento
colectivo de gran envergadura, iniciado hace décadas. Nuestra sociedad apostó
por invertir los recursos y hacer los sacrificios que fueran necesarios para
crear las condiciones requeridas para la existencia y subsistencia de una
universidad pública, abierta, democrática, pagada por todos los hijos de esta
patria y por otros que también viven bajo su cobijo. Obreros, campesinos,
comerciantes, artesanos, maestros, empresarios, trabajadores públicos y
privados, han ayudado a sostener esta universidad desde hace más de setenta
años, como un proyecto generacional. Y ese esfuerzo social fue para permitirnos
ingresar a ella. Sin conocernos, ellos creyeron en nosotros y nos dieron generosamente
una oportunidad que muy pocos han tenido a lo largo de nuestra historia.
Para mí, es Costa Rica entera la que se congratula con esta graduación. Porque
como profesionales y como personas –no lo olvidemos–, somos el resultado de un
gran esfuerzo social. Por ello, creo que es nuestro deber dimensionar este
momento de alegría en función de sus implicaciones sociales y éticas.
Es parte de la naturaleza humana
hacer preguntas. Jostein Gaarder, en “El
mundo de Sofía”, afirma que cuando éramos pequeños teníamos el permiso para
hacer preguntas difíciles sin sufrir intolerancia. Los niños, dice Gaarder,
siempre están haciendo preguntas, mientras que los adultos se acostumbran al
mundo y dejan de preguntar. Y cuando los niños hacen preguntas los padres les
mandan callar y marcharse a la cama…
Si tenemos la libertad y el
deber de hacer preguntas, creo que no hay lugar más apropiado que una
universidad. Aunque sean preguntas incómodas… especialmente si lo son.
Ejercitando ese derecho fundamental a hacer preguntas incómodas, que
usualmente ejercito en mi labor docente en esta Universidad, deseo preguntar: ¿Qué
vamos a hacer ahora con nuestro título? ¿Declararlo solamente nuestro y usarlo
como instrumento para exclusivo beneficio y enriquecimiento personal?
¿Concebirlo como herramienta para lograr metas individuales, pasando si es
necesario por encima de los demás, volteando la cara para ignorar el hambre, la
injusticia y la pobreza? ¿O valorarlo en su dimensión social, haciéndolo rendir
frutos de solidaridad que beneficien a otros?
Tenemos esa encrucijada frente a nosotros. Y lo que decidamos hacer será
relevante, porque todo acto humano es causa de muchas consecuencias, unas próximas
y otras remotas, como la piedra que se arroja a un lago y que va produciendo en
las aguas círculos concéntricos cada vez más lejanos y cada vez menos
perceptibles.
Pregunto de nuevo: ¿qué vamos a hacer con este diploma y, más aún, con
la persona que, gracias a él, somos hoy?
Pienso que ha
llegado el tiempo de mirar hacia nuestro país y sus necesidades esenciales, el
tiempo de hacer rendir las capacidades, y el tiempo de redescubrir nuestros
mejores valores: la paz en medio de
un mundo convulso y violento, la solidaridad
que crece entre los espinos de la indiferencia; el honestidad que no se disculpa en el mal ejemplo de los demás, la esperanza que sueña y actúa porque cree
que puede hacer la diferencia.
Es tiempo de
respuestas.
Respuestas trascendentes
en una época en la que parece que nadie piensa ni actúa buscando el bien común;
en la que el tejido social está muy lesionado, como una piel quemada por el
sol. Frente a nosotros está la imperiosa necesidad de retomar las políticas
públicas dirigidas a la justicia social y a la atención de los sectores más desfavorecidos;
la urgente reivindicación de la ética profesional y la probidad, tanto en lo
pequeño como en lo grande, tanto en los exámenes de la universidad como en el
ejercicio de los altos cargos; y el ineludible deber de reafirmar los derechos
fundamentales de las personas y las consecuencias de vivir en democracia.
Pero podemos decidir otra cosa: nos queda la opción de la inactividad,
la excusa, el conformismo, limitarnos a quejarnos y maldecir, echarle la culpa
al otro y hacer trampa cuando nadie nos vea. Y cerrar los ojos a las
consecuencias sociales de nuestro actuar.
Savater nos dice
que no somos libres de elegir lo que pasa pero sí libres para responder a lo que pasa, y que mientras
más capacidades de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de
nuestra libertad. Y de ahí la importancia de nuestra preparación, no sólo
académica, sino sobre todo humana y cívica, y de nuestras respuestas.
¿Qué ruta
seguir? ¿Cómo no perder el camino? ¿Cómo elegir correctamente? Fidel Gamboa nos
dio una pista cuando cantó: “a veces miro para atrás, pero es para saber de dónde
vengo”.
Si queremos ofrecer
lo mejor de lo que somos a nuestro país, a nuestro pueblo, a nuestra
universidad, a nuestra empresa, es importante que recordemos nuestras raíces, que
regresemos mentalmente a la casa de nuestra madre, a nuestra niñez, cuando no
poseíamos riquezas ni títulos, pero teníamos todo lo que necesitábamos: el
calor de un hogar, el afecto de una familia.
Actuemos con
respeto hacia lo que ellos nos enseñaron.
Regresemos a lo
básico y esencial, para descubrir lo que verdaderamente somos.
Y aprovechemos
este día luminoso para contagiar nuestra alegría y gratitud a los que tenemos
cerca.
Gracias,
Universidad de Costa Rica. No te defraudaremos. Muchas
felicidades a todas y a todos.