lunes, septiembre 25, 2006

Quebradas de coco

Siempre digo que una idea no es igual a una ocurrencia. 

En principio, creo que una idea es algo pensado, ponderado, valorado y puesto a prueba, es decir, pasado por el tamiz de la duda, de la racionalidad y de la razonabilidad. Además, una idea se sostiene por sí misma, y, en muchos casos, es útil, o dicho de otro modo, tiene un sentido práctico. Una ocurrencia, en cambio, carece de todo lo anterior: es impulsiva, irracional e irrazonable; se enuncia sin ton ni son, sin haber sido siquiera mínimamente valorada o ponderada (como le sucede también a la palabra chabacana o al chiste fácil y de mal gusto). Y sobre todo, una ocurrencia no posee sentido práctico, porque no es viable.

A veces uno escucha o lee cada cosa. Por eso desde hace años anuncio la eventual publicación de un libro titulado “Manual de ocurrencias”, cuyo capítulo más desarrollado es, curiosamente, el de las ocurrencias legislativas. Por ejemplo… (antes de continuar, una aclaración: lo que va a leer de seguido es verdadero; los hechos narrados son ciertos, los nombres se omiten para proteger a los inocentes). Por ejemplo, decía, algunas de las ocurrencias legislativas de los últimos años: la ley de creación del registro de perros y gatos, la ley de creación del monumento al clima (juro que no estoy mintiendo) o el día de la biblia… Quizá algún día tengan ese ensayo en sus manos, si no muero antes.

Decir que se tienen ideas puede ser bastante pretencioso. “Pensaba Einstein”, acostumbran a decirnos cuando, ante la pregunta sobre qué hacemos, contestamos “estoy pensando”. Los más groseros acompañan la expresión con una apostilla: “Pensaba Einstein: los demás lo que tienen son dolores de nuca”. De acuerdo, pensaba Einstein. Dejemos las ideas para los inteligentes. Pero también es cierto que, en un intento por hacer un frustrado salto evolutivo hacia la conciencia y la existencia pensante, de vez en cuando vienen a nuestra mente algunas consideraciones interesantes. ¿Cómo llamarlas?

El único término que se me ocurrió fue “quebradas de coco”, que significa –al menos en mi país- que nos matamos mucho rato “haciendo cerebro” (decía mi padre) y, con nuestra cabeza a todo vapor, lo único que nos salió fue eso, que quizá no es mucho, pero es algo. “Coco”, usado como alegoría, propia del habla popular, de la cabeza y por ende de nuestro IQ. Quebrada de coco es, pues, algo así como una pensadota, que nos deja exhaustos. Me parece más fácil de usar que otros términos como “elucubraciones”, disquisiciones” o “razonamientos curiosos producto del insomnio o del hambre”.

Bien. En mis noches de insomnio se me vienen a la cabeza cosas que quizá tengan futuro como ideas, o quizá sean burdas y absurdas ocurrencias. La única manera de saberlo consiste en someterlas a prueba, para ver si sirven para algo o significan algo para alguien más. Como se trata de consideraciones muy breves, es impropio dedicar todo un artículo de este blog a cada una de ellas (a pesar de que publicarlo me sale gratis). De modo que me salió esta idea: agruparlas de vez en cuando, bajo un nombre común. Y por ende, para tristeza de muchos, este es el primero de 'una serie de artículos desafortunados' (que no se enoje Lemony Snicket) llamados “quebradas de coco”. El coco quebrado es el mío. Aquí van:

1) Campaña de tránsito. Hace mucho pegué un papel en la ventana trasera de mi carro que decía: “Manejar es riesgoso. No nos ponga en peligro: ¡CUELGUE ESE TELÉFONO!". Ahí estuvo por meses. Estaba harto de ver a la gente manejar y hablar por el maldito celular, como si un audífono-micrófono (manos libres) fuera un producto inalcanzable. No creo que nadie le haya hecho caso a mi cartel, salvo un policía de tránsito que una vez me detuvo y que, cuando lo vio, le gustó mucho y me dejó continuar el camino. Hace días pensé que se debería comenzar una nueva campaña. Ese día pasaron por la TV a un perezoso (el animal) cruzando una carretera… ese mismo día alguien se prendió de la bocina de su carro atrás de mí, cuando yo me negaba a avanzar porque el semáforo aún estaba en rojo. Habría que hacer una nueva campaña: esta vez, el rótulo diría lo siguiente: “LLEGUE TARDE, PERO LLEGUE VIVO”. La gente ya no está manejando, está volando. A veces parece que deben llegar a su casa antes de que se derrame la leche que dejaron al fuego. Saltan semáforos, no hacen altos, no respetan los cedas… He visto a gente en plena ciudad quizá a 80 km/h. El resultado posible sólo es uno: un incremento en el trabajo de los dueños de funerarias y panteoneros y una disminución en la oferta de ataúdes. ¿Qué cuesta llegar un minuto tarde? (para los que somos impuntuales, pues la verdad no cuesta nada). Entonces, ¿por qué la prisa? Otro cartel podría decir: “AUMENTAR LA VELOCIDAD ES NOCIVO PARA LA SALUD”. O quizá algo más gráfico: “LLEGUE TARDE PERO NO ATROPELLE A ESE NIÑO”.

2) Si pides dinero al público, das cuentas en público. Pronto nos llenarán de anuncios de maratónicas para juntar plata para X o Z causa. Hay entidades que piden todos los meses del año. Y está bien, porque logran objetivos quizá importantes, al menos para sus donantes. Agrupaciones religiosas, entidades asistenciales, a veces incluso las entidades educativas, piden plata al público. Sin embargo, siempre quedará en la duda de los más desconfiados si el dinero recaudado se usó para el destino definido por el donante. ¿Cómo superar eso? Con estados financieros auditados. Recomendación: NO DAR PLATA A QUIEN NO QUIERA REVELAR SUS CUENTAS NI PRESENTAR ESTADOS FINANCIEROS PÚBLICOS. A menos que queramos exponernos a que nuestro dinero acabe en carros, casas de lujo y viajes.

3) “Power-Point free zone”. Recomiendo pegar ese rótulo en las aulas de colegios y universidades. El club de los que odiamos ese programita va creciendo y ya casi podríamos elegir diputado por subcociente. La culpa no la tiene Bill Gates. La culpa la tienen dos engendros: los que llenan sus filminas con texto y se limitar a leerlas como si hablaran ante analfabetos, y los que usan las odiosas figuritas del clip-art o los ridículos sonidos de aplausos que trae el dichoso programa. Y alguien hasta preguntó un día cómo se hacía para dar clases cuando no existía esa cosa. ¿Saben cómo? Exponiendo con inteligencia, interés y preparación, hablando de lo que de verdad se sabe, explicando con generosidad y no limitándose a resumir del artículo publicado en “refugiodelvagoinútil.net”, o algo así. Antes, bastaba una pizarra de tiza, una lámina fija, un mapa o un cartel. Así dieron clases Facio y Láscariz, Dengo y mi madre, maestra en una escuela pública. Hablando y escuchando. Sin “videobeam”. La calidad de la educación no depende de unas filminas. Se enseña hablando y se aprende escuchando, tomando apuntes, leyendo y estudiando. Más fácil y más barato.

Continuará.

viernes, septiembre 15, 2006

Viajando en el TARDIS, 30 años después

Cuando éramos niños, mis hermanos y yo seguimos con ilusión en la TV una serie maravillosa de ciencia ficción llamada "Doctor Who". Producida por la BBC, es uno de los programas televisivos de mayor duración, ya que se transmitió  desde 1963 hasta 1989, convirtiéndose en un fenómeno cultural en el Reino Unido, aunque en América es menos conocida. Fue transmitida en Costa Rica con el curioso nombre de "Doctor Misterio", y quizá mis contemporáneos la recuerden así. Los capítulos televisados en nuestro país correspondieron al periodo en el cual el rol del Doctor estuvo a cargo del actor inglés Tom Baker (de 1974 a 1981). Doctor Who llenó de fantasía, de aventuras y -por qué no decirlo- de filosofía nuestra niñez, y se convirtió sin duda en uno de nuestros grandes favoritos.

La nave en el que el Doctor viaja en el tiempo y el espacio se llama TARDIS (Time And Relative Dimension In Space, es decir, Tiempo y dimensión relativa en el espacio), y, a pesar de ser gigantesca en su interior, por fuera es sólo una caseta de teléfonos. En él, viajamos al Renacimiento italiano; estuvimos en una estación espacial en el futuro; conocimos los orígenes de los dioses egipcios y vivimos muchas otras aventuras inimaginables. Los efectos visuales, muy sencillos, nunca fueron lo relevante. Lo importante, como en toda buena película, era el guion. Unas historias fantásticas, llenas de inteligencia y con un fino sentido del humor. 

Hoy, casi treinta años después, me llena de alegría poder viajar de nuevo en el TARDIS. En el 2005, la BBC produjo y estrenó una nueva temporada de su aclamada serie, y hoy se transmite en el cable, subtitulada, en el canal People+Arts, la noche de los viernes. Cuando veo la presentación y escucho la música, la misma de hace casi tres décadas, regreso a mi niñez de inmediato. Fascinado, alerta, como un infante, dispuesto a que me cuenten una maravillosa historia de ficción, cuyo protagonista en uno de los Señores del Tiempo (Time Lords) y su acompañante de turno. 

La historia es todo menos simple, pues no es fácil conocer la naturaleza ni la misión del Doctor ni los Time Lords. Poco a poco sabemos algo de su historia, de sus enemigos –especialmente los Daleks-, de la Guerra del Tiempo y de las excepcionales cualidades del Doctor y su valor ante el peligro. En la serie se mezclan la ciencia ficción, la aventura, el terror y la historia, y el producto es algo sin punto de comparación, menos en la pobre oferta de la televisión actual, que por lo general es de muy baja calidad. Según el guion, los señores del Tiempo tienen la habilidad de regenerar su cuerpo cuando están cerca de su muerte, idea que ha colaborado para la continuidad de la serie: han existido, a la fecha, diez actores que han interpretado el papel del Doctor. Christopher Eccleston encarnó al noveno doctor, en el 2005, en la temporada actualmente transmitida, y para la temporada producida en el 2006, lo hizo David Tennant. Eccleston lo hace magníficamente bien, aunque es difícil no recordar la imagen de Baker, el cuarto Doctor, posiblemente el más conocido de los diez. 

Según leí, en Gran Bretaña Doctor Who es un fenómeno de masas equivalente a los mayores éxitos de ciencia ficción, como la saga de Star Trek. Hay libros, juguetes, DVD, juegos de computadora, incluso la publicidad usa de los elementos conocidos de la serie. 

Uno de los primeros capítulos que vi en mi niñez se llamaba “El Arca en el espacio”. El TARDIS llega a una estación espacial aparentemente desierta y desactivada que orbita la Tierra en un futuro lejano. Allí, el Doctor descubre a los últimos sobrevivientes de la raza humana en estado de animación suspendida, evacuados miles de años atrás, cuando las llamas solares amenazaron destruir toda la vida. Observando a ésos, los últimos seres humanos, el Doctor recita una memorable consideración sobre la raza humana. Más o menos lo siguiente: 

“Homo sapiens. ¡Qué inventiva e invencible especie! Tan sólo hace algunos millones de años gatearon hacia fuera del fango y aprendieron a caminar. Insignificantes, inermes bípedos. Han sobrevivido diluvios, hambre y plagas. Han sobrevivido guerras cósmicas y holocaustos. Y ahora, aquí están, fuera, en medio de las estrellas, esperando comenzar una nueva vida. Listos para alcanzar la eternidad. Son indomables… Quizá sea irracional, pero los humanos son mi especie favorita”. 

La lista de premios y nominaciones que ha recibido la serie a lo largo de estas décadas es enorme. Pero para mí, el principal mérito que tiene (y tuvo en mi infancia) es entretenernos, hacernos soñar e imaginar y, a la vez, motivarnos hacia el intelecto, hacia las historias complejas y bien diseñadas, dejándonos llevar por ellas para vivirlas al lado de sus protagonistas, comprendiendo un poco mejor a los seres humanos en cada periodo histórico, al tener la perspectiva intemporal de uno de los Time Lords. Cada viernes, a las 20 horas, vuelvo a ser niño otra vez, e ingreso en esa querida cabina de teléfonos, en un viaje hacia lo desconocido junto a alguien muy cercano.

lunes, septiembre 11, 2006

Los acontecimientos del 11 de septiembre

Cinco años hace que miles de personas inocentes murieron de manos de unos secuestradores y terroristas.

Algunos de esos inocentes viajaban en aviones y se dirigían a sus casas, trabajos o a visitar a algún pariente. Pero los aviones no llegaron a su destino. Otros, comenzaban su aburrida jornada laboral en alguna de las miles de aburridas oficinas y despachos instalados en las gigantescas torres o en el edificio pentagonal, trabajando con poca o mucha motivación, esperando unos días de descanso o un ascenso. Pero ni el descanso ni el ascenso llegaron, porque no hubo mañana. Otros, ante la emergencia, acudieron al lugar mientras los demás huían, y en cumplimiento de un deber autoimpuesto, subieron a rescatar a las víctimas y pusieron en peligro sus vidas, esperando salvarlas. Pero en muchos casos la ayuda no llegó, porque no hubo después.

Varios miles de personas inocentes murieron ese día. Y todos fuimos testigos de su destrucción.

Alguien, desde la distancia, sin conocerlos, sin consultarles, sin saber quiénes eran o qué pensaban, sin verificar cuál era su visión del mundo ni sus ideas políticas o religiosas; sin preguntar si eran adversarios o partidarios de su causa, sin tener para ellos ni siquiera la mínima consideración humana, ordenó su muerte. Para el verdugo no eran individualmente relevantes, por lo que su desaparición sería meramente casual. Lo importante para aquel verdugo era el número de muertos, no los muertos en sí; lo importante era el impacto social al transmitir en vivo un asesinato en masa. Lo importante era sembrar terror. La muerte fue sólo un medio.

Los secuestradores suicidas no conocían a sus compañeros pasajeros. El verdugo cobarde, oculto en el desierto como una alimaña, tampoco sabía el nombre de los empleados del World Trade Center. Aún así, ordenó su ejecución. Y no fue una muerte cruenta, pues no hubo sangre: fue peor aún. De muchos de ellos quedó nada. Todos hemos visto esas imágenes, llamas gigantescas quemando todo a su paso, torres colapsando y convirtiendo todo en polvo y ceniza. El aniquilamiento total.

En el cine, la película "United 93" nos trae al presente la reconstrucción de hechos posibles acerca del destino de esa aeronave, escogida para destruir un objetivo para nosotros impreciso, pero que no llegó a él. Los pasajeros decidieron enfrentar su realidad, tomar su destino en las manos, no dejarse vencer por el terror y luchar por el control la nave. El desenlace fue fatal, pero el terrorista no pudo anotar por cuarta vez en ese día. Y a pesar de los daños, el vuelo 93 de United no mató a más inocentes. Por esas vidas salvadas, esos pasajeros son héroes.

La película de Paul Greengrass es respetuosa de ellos y de nosotros, y no cae en clichés baratos. Quizá una de las escenas más poderosas que tiene, aparte de las del final, sea el ver a todos, secuestradores y víctimas, rezar al mismo tiempo, cada uno a su dios (que creen único), unos para pedirle fuerzas para cumplir su misión suicida, y otros, para pedir perdón o para solicitar un milagro. Sobrecogedor.

Próxima a venir, "World Trade Center" de Oliver Stone narra, por su parte, la historia de dos policías atrapados en el colapso de las torres: precisamente las últimas personas rescatadas con vida. Espero con ansias verla, pues al parecer posee cualidades similares que las de la película de Greengrass: respeto, reflexión silenciosa, contrición. Según se dice, no es historia efectista, sentimentalona ni mucho menos propaganda (ninguna película de Stone lo ha sido), sino una historia humana sobre personas humanas concretas.

Porque eso es lo importante que quiero resaltar: fueron personas, miles de personas, las que murieron ese infame día. Hombres y mujeres iguales a mí, cuya única diferencia -y causa de su muerte- consistió en estar en un determinado lugar en New York esa mañana, en la que el verdugo programó muerte, sin importar la identidad de los fallecidos. Y ellos estaban ahí. En cambio, yo estaba en San José de Costa Rica, viendo todo por CNN... Esa fue la única diferencia.

Pero también pude haber estado ahí. Y estaría muerto desde hace cinco años.

Casi tres mil víctimas. Condenadas a muerte sin juicio previo ni derecho de defensa. Nadie les preguntó qué pensaban sobre los problemas geopolíticos del mundo, ni sus creencias religiosas o filosóficas; quizá ninguno tenía intereses individuales en la venta de armas o en la guerra mundial de precios del petróleo; quizá casi ninguno se interesaba de guerrillas o cambios climáticos. Quizá lo único que buscaban era sobrevivir, un día tras otro, en un mundo cada vez más hostil. Quizá les preocupaba más la próxima serie mundial de béisbol o el catarro de su niño, o conseguir una entrada para el concierto de Madonna. Quizá sólo buscaban un momento de soledad con aquella a quien amaban, para recitarle o leerle malos versos escritos con muy buenas intenciones. Nada detuvo la infame sentencia de muerte, sin juicio previo, sin derecho de defensa.

Faltarán décadas para narrar las historias (de valentía, cobardía, amor y odio) que se tejieron ese día apocalíptico. Lo que sí está claro es que el mundo cambió, tristemente para mal. Las libertades se contrajeron, los odios se acendraron y fortalecieron, el miedo se apoderó del planeta, y el recurso a la violencia obtuvo un nuevo impulso. Y se dio una excusa a los autoritarios para crear guerras y cárceles clandestinas. Y se trazó un derrotero hacia el abismo y el mundo quedó envuelto en un torbellino de iniquidad mundial que no ha parado y que no parece que lo hará. Madrid... Londres... Irak...

Hay cosas que no dependen de la voluntad humana. Por ejemplo, hace unos días unos expertos despojaron a Plutón de su estatus de planeta. ¿Eso cambió el sistema solar? ¿Dejó Plutón de danzar en el espacio, más allá de Neptuno? No. Porque hay cosas que no dependen de la voluntad humana, ni siquiera del consenso unánime de expertos y "famosos".

En cambio, hay otras cosas que
sí dependen de la voluntad de los seres humanos
, y actos libres que pueden dejar heridas profundas e indelebles en la conciencia de la humanidad. El hombre, impotente en miles de campos, puede ocasionar daños inconmensurables al planeta y a sus hermanos. Un loco dispara una bomba y la libertad de otros se verá truncada para siempre, porque los fallecidos ya no tienen libertad. Un asesino asesta un golpe y con ello destruye el futuro de toda una familia. Un mandatario ordena un ataque y violenta los derechos humanos de una población. La libertad de unos ata la libertad de otros, porque somos como piezas de un engranaje. No es justo.

¡Maldita libertad de matar, de ordenar la muerte de inocentes!

En nuestra conciencia están grabadas las imágenes de lo sucedido hace exactamente cinco años. Frente a ellas, el mundo condena con energía la irracionalidad de la guerra y del terrorismo. Falta, en cambio, una mayor solidaridad con los dolientes y sufrientes (que son los que viven). Falta, además, pedir perdón a nuestros muertos, por la impotencia que se ha demostrado: en cinco años ni siquiera se ha podido atrapar al verdugo.

El mundo transita rutas equivocadas, que terminan en un precipicio. Si la sangre de los inocentes no despierta nuestra conciencia, nada lo hará.


martes, septiembre 05, 2006

Suzanne Vega en el restaurante de Tom

Hace poco, un alumno mío me dijo que tener un blog no era fácil y creo que tiene razón. La gran mayoría de los blogs que he visitado se limitan a una especie de diario. Está bien: viva la libertad de expresión. Mi amigo Carlos Guzmán, músico líder del grupo Gaviota, abrió el suyo recientemente y es una escuela de música magnífica. Lo bueno es que cada uno habla de lo que quiera, y el que quiere, lo lee y el que no...

Rosario vino desde México para un congreso sobre literatura, y en las dos oportunidades que tuvimos para conversar hablamos de cosas. A mí se me salían las ideas y recuerdos, y le narraba historias; y me hizo gracia verla anotar algunas ideas, como estudiante que toma notas de los pocos asuntos que le interesaron en medio de una aburrida conferencia. Hablamos de su libro sobre Tolkien, publicado en edición bilingüe, y sobre las historias de "Don Camilo", de Guareschi, y de las obras de Daniel Pennac y de sus visitas a los pueblos indígenas, y del procedimiento para "domesticar", tal como el zorro se lo explica al Principito, y cosas sobre Costa Rica y la universidad. Aproveché para darle el CD de mi amigo Humberto Vargas, ganador de la Gaviota en Viña del Mar, que espero disfrute.

Luego de nuestra última conversación, caí en la cuenta de lo fácil que es hablar sobre cosas que nos gustan de verdad: libros, música, arte, cine, personas... Los demás nos tienen que callar, hartos de escuchar los mismos temas. Entonces, me dije: "Ya sé. Hablaré en el blog sobre algo que me guste mucho". Miré alrededor y encontré un CD de Suzanne Vega... y aquí estoy.

Posiblemente la más interesante compositora-cantautora norteamericana que conozco, esta magnífica hija de la ciudad de Nueva York es un ejemplo de lo que significa tener personalidad y talento propio. Quizá la mayoría de la gente la recuerden por su extraordinaria canción "Luka" sobre un niño agredido por sus padres. Pero la verdad las creaciones de Suzanne tienen una profundidad insondable. 
En sus letras, Suzanne narra historias completas y en ellas descubrimos una visión de su mundo, altamente influenciado por la enorme ciudad en la que vive, que reúne lo mejor y lo peor del mundo. De hecho, sé que algún fotógrafo realizó un libro de fotos de New York inspiradas en sus canciones.

Descubrí la música de Suzanne gracias a Luka, pero disfruto de todas sus creaciones, cada una de ellas completamente original, exenta de videos agresivos eróticos y de ritmos repetitivos enervantes (típicos de la música actual). Incluso una vez encontré un libro que analizaba sus canciones, en español e inglés, pero por tonto no lo compré, y cuando regresé ya no estaba. Nunca cometan esa torpeza: es preferible que el libro se empolve en nuestra biblioteca, esperando su oportunidad, que nunca llegue a ella. Sobre todo en nuestros países, en los cuales los libros llegan en cantidades diminutas.

Tom's Diner es una magnífica canción, en la cual Suzanne Vega canta "a capella" sobre lo que sucede en un pequeño restaurante de Nueva York (112 St y Brodway). Luego produjeron una versión con musicalización y estilo tecno, que también está bien. Pero la verdad me gusta más la primera versión, sólo con su voz, la cual, según leí, fue la canción prueba para la creación del formato de compresión musical MP3. 

La genialidad de Suzanne para atrapar el momento cotidiano y normal en sus letras, el momento de la gente común con vidas comunes, sólo se compara con el talento de otros cantautores (Sabina, por ejemplo), y se asemeja mucho a la cámara fotográfica del reportero y del creador de documentales. Pero no es prosaica ni corriente, sino poética e inspiradora. Y, como todo lo real, bastante divertido, entretenido. Y exitoso: en la web oficial de Suzanne se dice que esta canción inspiró un álbum entero de covers.

Tom's Diner está llena de lo que a mí me gusta llamar con el nombre de "historia local", que es historia con significado en nuestras vidas, ajena a las frías crónicas de los libros; casi siempre es historia oral, a menos que algún cantautor pase por ahí. La letra de la canción nos motiva a ser observadores y encontrar historias de la gente a nuestro alrededor, aunque lo único que estemos haciendo sea tomar un café antes de subir al tren. Más o menos su letra dice lo siguiente:

"Estoy sentada en la mañana en una esquina en el restaurante; esperando al mesero que trae una taza de café, él la llena hasta la mitad y, antes de que yo pueda reclamar, mira hacia la ventana, a alguien que viene. Siempre es grato verte, dice el hombre detrás del mostrador, a la mujer que ha llegado y que sacude su sombrilla. Y miro hacia otro lado (ellos besan sus saludos), pretendiendo no verlos, mientras vierto la leche. Abro el periódico: hay una historia sobre un actor que murió mientras estaba tomando, alguien de quien no había oído... paso al horóscopo y busco las caricaturas, cuando siento que alguien me está viendo y levanto mi cabeza. Hay una mujer afuera, viendo hacia adentro. ¿Puede verme? No, ella no me está viendo en realidad, porque lo que ve es su propio reflejo, e intento no advertir que está subiendo su enagua y, mientras estira sus medias, su pelo se moja... Oh, la lluvia continúa durante la mañana, mientras escucho las campanas de la catedral, y pensando en tu voz... y en el picnic de medianoche, hace mucho tiempo, antes de que la lluvia comenzara, termino mi café. Es tiempo de tomar el tren".

Irrepetible, única, reconocible de inmediato, para quien la haya escuchado al menos una vez.

Tom's Diner se ha convertido en los últimos años en un clásico -como su autora-. Por eso, desde su sitio web, Suzanne Vega nos invita a que, la próxima vez que estemos en NY el 18 de noviembre (fecha que, según los expertos, es la de la canción), nos aseguremos de pasar por un café al restaurante de Tom.

La verdad, podría escribir sobre cualquiera de sus otras canciones. Pero con esto basta por hoy. Si encuentran un CD o un DVD de Suzanne, no esperen a tener dinero: para eso están las tarjetas de crédito... Ya verán de dónde sacan la plata después.