lunes, octubre 30, 2006

Muros y puertas

A raíz de la noticia de la firma por parte del Presidente de los Estados Unidos de América de una ley que autoriza y financia la construcción de un muro de 1,125 Kilómetros de largo, divisorio entre EEUU y Latinoamérica, manifestación tristemente elocuente de un mundo lúgubre cada vez más excluyente, y de la cual hablé hace bastantes meses en un artículo en este blog, pienso que se hacen actuales e imprescindibles las palabras de Carlos Varela, cantautor cubano nacido en 1963, dichas en su canción “Muros y puertas”, cuando canta lo siguiente:

“Desde que existe el Mundo hay una cosa cierta
unos hacen los muros y otros hacen las puertas,
pero eso mi amor, 
creo que eso ya lo sabes.
Unos tienen invierno y otros las primaveras
unos encuentran suerte, pero otros ni siquiera,
pero eso mi amor, 
creo que eso ya lo sabes.

Y siempre fue así y eso tú lo sabes,
que la libertad sólo existe 
cuando no es de nadie.

De qué sirve la luna si no tienes la noche,
de qué sirve un molino si no quedan Quijotes,
pero eso mi amor, 
creo que eso ya lo sabes.
Y mientras se confunde la tierra con el cielo,
unos sueñan con Dios y otros con el dinero,
pero eso mi amor, 
es lo que se ve en la calle

Y siempre fue así y eso tú lo sabes,
que la libertad sólo existe 
cuando no es de nadie.

Desde que existe el Mundo hay una cosa cierta
unos hacen los muros
otros las puertas".

domingo, octubre 15, 2006

Creadores de luz

Jorge Jiménez es un costarricense de proyección mayor, un creador, un artista. Al leerlo, es imposible no descubrir a un pensador de la estética y de la antropología. Cuando habla enseña; reparte generosamente su talento, su conocimiento, su visión del mundo, de la sociedad y del destino de cada persona hacia su propia felicidad. Y lo hace con sencillez y humildad, con autenticidad, como los verdaderos maestros.

Cuando leí el libro "Génesis: puente de luz", que recoge una entrevista que le hizo Geppe Inserra, filósofo y periodista italiano, descubrí cosas acerca del arte, de los símbolos que esta utiliza, de la historia de nuestra querida tierra y de los orígenes de nuestra democracia y nuestra manera de vivir, anclados en la cosmología propia de la cultura boruca, representada por nuestras famosas esferas. Pero sobre todo, me llamó mucho la atención cuando explica dos grandes ideas: a) que la transformación del mármol es una metáfora de la transformación nuestra y de todo el universo, desde el "polvo de estrellas" original hasta nosotros; y b) que en la existencia de todos se encuentran la luz y las sombras, formando una sola unidad, como la esfera. En nosotros se conjugan elementos disímiles como la razón y las creencias, la bondad y la maldad, la materia y el intelecto, las ideas y las pasiones. En un programa de televisión reciente, Jiménez afirmaba: somos en parte luz y en parte sombras, lo importante es que nos empeñemos en ser creadores de luz, para iluminar la sociedad en la que vivimos y a los demás, para ayudarlos a progresar, a desarrollarse, a aspirar a más.

Creadores de luz. Es una expresión grandiosa, de un contenido inconmensurable.

Me pregunté: ¿Quiénes son creadores de luz? Quizá el artista, el maestro, la madre, contesté. El artista crea luz que ilumina las conciencias de los que observan su obra, y en ella, cada espectador descubre no sólo parte de la personalidad del pintor, escultor, músico o poeta, sino, sobre todo, descubre lo que esa obra le dice a él, individualmente; lo que despierta en su propio interior. Y una vez así iluminado, esa persona ya no será la misma. El maestro crea luz, al descubrir ante sus alumnos, con generosidad, el conocimiento y su significado. Posiblemente él (el maestro) habrá tardado años en entender algo a cierto nivel. Pero su misión de constructor de luz lo lleva a transmitir ese saber a sus discípulos, fácilmente, para que ellos comiencen donde él ha llegado con mucho esfuerzo. Si no lo hace así, no será maestro, aunque dé clases. La madre crea luz -se diría que es fuente de luz- y la reparte sin medida en su hogar y en hogar de otros. Porque ayuda, porque apoya, porque comprende, porque no juzga, porque exige con delicadeza; en definitiva, porque ama. Y su amor se desborda a otras familias y a la sociedad. Así lo representa Jiménez en muchas de sus esculturas, centradas en la maternidad.

Y así, podríamos seguir considerando la necesidad de que todos seamos creadores de luz. Pero la realidad es que, en muchas ocasiones, lo que sembramos son sombras.

Creo que todos deberíamos acercarnos un poco más a Jiménez, no para admirar su obra y sentirnos orgullosos de su ser costarricense sino para escucharlo con atención. Para acercarnos a él, quizá sea posible hacerlo a través de su arte.

Jiménez describe así el proceso creador: "Para mí, la obra de arte es como sacar una foto sumergiéndose en el inconsciente, el artista no sabe con precisión lo que está fotografiando, pero gracias a su producto artístico puede entender con mayor claridad lo que fotografió. La obra de arte es siempre superior al artista, porque gracias a su creación puede entenderse mejor y simultáneamente ofrecerle a los espectadores la posibilidad de entender aspectos que le son oscuros. No creo que una obra de arte pueda explicarse o comprenderse totalmente: ésta propone símbolos. Cuando estos símbolos toman vida, el arte adquiere un significado veraz, que supera los cánones de belleza o fealdad, se produce un acercamiento a esa verdad que todos anhelamos". Y concluye: "el arte es uno de los instrumentos más grandes que el ser humano posee para traducir las imágenes que habitan dentro de sí. Cuando es puente de luz, se vuelve esperanza porque ayuda al hombre a entenderse a sí mismo, porque le ayuda a comprender su existencia".

Pero para aprender de Jimenez hay que estar muy atento, porque habla suave. Los gritos nunca han sido fuente de luz (odio los gritos). Los poetas susurran sus palabras a nuestros oídos, para que entren sin forzar nada, pero los declamadores nos la enseñan a gritos, con ademanes y cadencias antinaturales y hasta ridículas, y por eso nos aburren. Los grandes oradores son grandes por lo que dicen, pero hablan y escriben con naturalidad y suavidad, y no como los seudo discursos políticos de las campañas de cada cuatro años, gritados por personajillos a los que por suerte casi nadie atiende. El verdadero maestro no grita las verdades a sus alumnos: las susurra, para que cada uno las reciba con delicadeza; y a veces también las calla, para que cada uno complete lo que falta y construya su propia visión de las cosas, que no tiene (ni debe) de ser igual a la del maestro.

"Lo esencial -dice Jiménez- es tomar conciencia de la propia identidad, para permitirle a la conciencia misma que hable con fuerza, coincidiendo con Nietzsche cuando afirma: 'las palabras más quedas son las que desatan la tempestad. Pensamientos que vienen con suavidad de paloma son los que gobiernan el mundo'".

Entonces, las palabras más quedas, más suaves, son las de un creador de luz.

viernes, octubre 13, 2006

Quedar bien y quedar mal

Mi madre acostumbra decir: “Quedar bien y quedar mal siempre es quedar”. Creo que esa expresión se la escuché también a mi abuela. Un juego de palabras de sabiduría popular cuyo significado siempre lo he entendido de esta manera: “a algunos les caerás bien; a otros les caerás mal, no hay que dar demasiada importancia al qué dirán". No somos billete de cien dólares para caerle bien a todos.

Por un lado, la crítica es algo esencial, parte de la libertad de pensamiento y de expresión. Si algo o alguien no nos gusta, por el motivo que sea, somos libres de decirlo y de actuar conforme.

Por otro lado, si alguien levanta falsos, injurias, calumnias o difamaciones en nuestra contra, abusando de esa libertad, podemos exigir derecho de respuesta y reparación oportuna por el daño que nos hayan causado. Incluso algunas de esas acciones son delitos. Y ahí se da el equilibrio entre la libertad de una persona y la dignidad de otra.

Como individuos, tenemos una exigencia moral intransferible: ser nosotros mismos. “Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo”, canta Aute. No es sólo un derecho, sino un deber: ser uno mismo, defender nuestra personalidad, nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestros anhelos, nuestras metas. Nuestra personalidad no está obligada a ser “popular”, a adecuarse al gusto de los demás. A lo que sí estamos obligados es a respetar el derecho ajeno, la personalidad ajena, y, por ende, debemos abstenernos de causar daño. Pero no hay que tener miedo a mostrarnos como somos; no hay que tener miedo a expresar nuestros gustos, preferencias, ideas, creencias, inclinaciones, disgustos. Aunque a los demás no les caigan bien. La vida no es un concurso de “Miss simpatía”. Aunque algunos, como producto de ello, hablen luego mal de nosotros. ¡Total!: quedar bien y quedar mal siempre es quedar. "La que quiera, que me quiera; y la que no, que no me quiera" (Luisito Rey).

No hay que tener miedo. Así lo recordó uno de estos días Jorge Jiménez Deredia, en una entrevista que le hizo mi exalumno Camilo Rodríguez: "a lo único que hay que temer es al miedo mismo, porque el miedo paraliza a la persona, e impide que se ponga en movimiento, en busca de su progreso y de su destino". 
Y tristemente, añado yo, el miedo al qué dirán o a caer mal están siempre asechándonos, para ver si nos atan, si nos frenan.

Es inevitable que a alguien le seamos antipáticos. Por cualquier razón: lo que somos o lo que fuimos hace mucho y que hace mucho dejamos de ser; lo que dijimos o lo que callamos; lo que sabemos o lo que desconocemos; por haber triunfado, por haber participado o simplemente por haber nacido… a alguien le caemos mal. Es inevitable. Incluso puede ser que nos odien porque una vez les hayamos injustamente ofendido (y lo que procede en ese caso es pedir disculpas).

Lo importante es que esa simple posibilidad de caer mal (algunos hasta conocemos los nombres de quienes nos tienen en su lista negra) nunca debe paralizarnos, ni tampoco nos obliga a cambiar de personalidad. Y si alguien habla mal de nosotros, tenemos derecho de respuesta, de defensa. Dicho de otro modo: si te majan la cola debes rugir, no maullar, para que sepan que no eres un gato grande sino un cachorro de león (eso, cuando nos enteramos; porque ordinariamente, los que hablan mal de nosotros, injurian y hasta calumnian, lo hacen a nuestras espaldas o en nuestra ausencia).

Ciertamente, para la mayoría el número de quienes nos aprecian es más grande que el de quienes nos desprecian, maldicen o injurian. Y por eso, tenemos que estar muy agradecidos con la vida, porque nadie está obligado a amarnos ni a valorarnos. Y aún así, lo hacen.

Por ello, si alguna vez tuviese lugar singular reunión privada en la cual se hable mal de un servidor en presencia de algunas personas que me conocen, agradeceré que alguien salga al paso e interpele al ofensor a no lesionar mi fama en mi ausencia, o manifieste de algún modo su desacuerdo. Si nadie lo hace, entenderé que, o tienen algún motivo razonable para no hacerlo, o posiblemente algunos son partícipes de esas ideas. Y lo aceptaré. Total, no puedo hacer otra cosa. Si eso ocurriese, sepan que en ese momento yo estaré pensando en dos cosas: en las personas que me estiman y a quienes agradezco tanto por eso, y en una fantástica canción de Alejandro Filio que se llama “Dicen” y cuya letra es un canto al derecho a ser uno mismo aunque la gente hable mal de nosotros:

“Dicen que ando por ahí, retando al porvenir, sin derecho. Dicen que loco me volví, que ya no queda mas de mí. Dicen las lenguas creativas cosas divertidas. Dicen que rompo la hermandad, que vivo a la mitad este canto. Juran que el sueño traicioné por lo que ayer soñé entre tantos. Dicen que yo me la robé; no saben que ella fue siempre mía. Otros incluso en su obsesión subastan la inversión de mi hombría. Ruegan por que en mi distracción pierda la musa en un avión. Dicen que soy un meloso y hasta peligroso. Dicen que un día pagaré con sangre por lo que no me callo. Dicen que ya me cansaré, que tiene precio este querer. Dicen y dicen, y algunos hasta me maldicen".