miércoles, febrero 14, 2007

Ladrones de vocación

Ayer me robaron el radio del auto. Es la segunda vez en dos años. En horas del día y a escasos metros de mi oficina.

Como suele suceder a cualquier homo sapiens con glándulas endocrinas en buen estado, dentro de mí se mezclaron sentimientos de rabia y angustia con las ganas de torcerle el cuello a alguien.

Lo peor es que, para llevarse el radio, destrozaron una cerradura de seguridad muy difícil de reparar. Por segunda vez en dos años.

Ayer quedó demostrado que las alarmas no sirven para nada, salvo para amenazar al ladrón, si es que éste se deja amenazar. La de mi auto posiblemente lloró y lloró, y como era de esperar, ninguna persona se dio cuenta. Hay mucho ruido en la ciudad y la mayoría de las veces las alarmas suenan solas. Eso pensamos. Y el dueño del auto (yo) estaba en una oficina, trabajando.

Cuando descubrí el delito perpetrado, de inmediato recordé una canción del cantautor cubano Carlos Varela, llamada "Todos se roban", y que curiosamente está en el CD que me robaron junto con el primer radio, hace dos años. La canción, un poco a ritmo de rock, dice así:

A tu padre le robaron la radio del auto, tú le robas los cigarros cuando está llegando el sábado
y a ti te roban cuando estás frente al televisor,
a ti te roban las ganas, te roban las ganas de amor.
Al vecino le robaron la ropa del patio, él se robaba el dinero de la caja donde trabajó
y a ti te roban cuando estás en un mostrador
a ti te roban las ganas, te roban las ganas de amor.
A tu padre le robaron las piezas del auto, él las compra a sobreprecio al mismo tipo que se las robó
y a ti te roban los porteros y el cobrador
a ti te roban las ganas, te roban las ganas de amor.
Hay ladrones que se esconden dentro de tu cuarto, y se esconden en los libros, en el diario y la televisión
y te roban la cabeza y el corazón
y así te roban las ganas, te roban las ganas de amor.
No me preguntes más por los condenados a vivir en la prisión.
no me preguntes más por los que robaron y ahora esconden su mansión
si todos se roban, todos se roban...

Todos los delitos y, en general, los actos contrarios a la ley (de los cuales los ilícitos penales son sólo una parte) son cada vez más frecuentes en esta sociedad podrida, una sociedad compuesta por podredumbre maloliente, podredumbre bienoliente, y un poco de honestidad (la suficiente para que la sociedad subsista). Por ejemplo, Costa Rica parece un "reallity show" en el cual los concursantes deben intentar el accidente más estrepitoso en carro, o pasar la prueba de conducir bajo los efectos de alcohol. Y un día sí y otro también, las noticias y portadas de los diarios son atropellos, choques, heridos y muertos. Para esos choferes, la Ley de Tránsito es sólo papel higiénico, y ya sabemos cuál es el triste destino de ese tipo de papel... Los semáforos se cruzan en rojo, aunque la norma dice exactamente lo contrario... Y para aprobar la revisión técnica, se sabe que hay gente que alquila llantas, para usarlas durante la revisión, aprobar y devolverlas. Esas gentes son capaces de mandar a su hermano gemelo a que se haga las pruebas médicas por él, para garantizarse una buena salud.

Todos roban, todos se roban, dice Carlos Varela. Alguien mencionó por ahí que el Estado castiga a los ladrones porque no le gusta la competencia. Lo cierto es que algunos gobernantes y exgobernantes de todo el orbe (mandatarios, ministros, congresistas, concejales, dictadores, lo que sea) se han forrado de dinero público impunemente, convirtiendo a Alí Babá en amateur.

Y roban las empresas que "pagan" favores por contratos millonarios. Y roban los que subfacturan mercaderías para no pagar impuestos. Y roban los que piratean dvds y los venden, y roban los que manipulan las pesas y básculas, y roban los que cobran doble porque "pasan" dos veces las tarjetas de crédito en las maquinitas de los negocios, y roban los que gemelean carros, y roban los que destinan las limosnas de sus feligreses a placeres individuales, casi siempre demasiado mundanos para sus creencias, por cierto.

Y roba el que no paga impuestos y, por ende, no entrega facturas, y roba el que cobra por las licencias de conducir o el que ejerce ilegalmente la profesión de médico, y roba el tachador de carros (el que abre el carro y lo destroza para llevarse la radio), y por supuesto, roba el ladrón profesional, ese que sale en las películas, bien vestido, todo un gimnasta, experto en entrar sigilosamente al museo o al banco, detrás de un diamante o de una obra de arte, o para trasladar electrónicamente una fortuna. Yo no sé qué piensan ustedes, pero casi siempre en esas películas uno se pone del lado de los ladrones.

En la vida real, en cambio, uno nunca está del lado de los ladrones, a menos que uno sea un ladrón. Y quizá lo somos, porque "todos se roban". Unos a otros nos robamos lo material y lo inmaterial. La billetera o la tranquilidad (y a veces ambas). Y si alguien procura ser parte de ese porcentaje reducido de honestidad, lo tachan de imbécil. Un tonto que juega limpio, que hace fila en el banco, que paga al día sus cuentas, que declara sus impuestos, que no maneja cuando se toma más de dos cervezas, que devuelve lo encontrado en la oficina de "objetos perdidos" más cercana... Un tonto idiota y simplón.

Pero gracias a ese porcentaje de honestidad, la sociedad subsiste... como puede.

La sensación que queda después del robo es terrible. Uno se siente como desamparado, como desnudo en una cárcel... como usado. El que me robó el radio del carro posiblemente sea un pobre diablo que intentará vender lo que fue un buen estéreo, ahora con cables cortados y sin parlantes, por 5000 colones (diez dólares) o algo así, para comprar una piedra de crack. 

Ahora, 24 horas más tarde, bastante más tranquilo, me dirijo en mi imaginación a ese ladronzuelo y le digo que puede robarse mi radio cuantas veces quiera. Siempre seguirá siendo mi radio. Y me esforzaré porque mi paz siga siendo mi paz. Y además,
si mis fondos lo permiten, el radio sustituto será mucho más moderno y potente.

Porque conseguir algo mejor que aquello que nos fue robado, si nos es posible (y no siempre lo es), es una buena manera de sanar las heridas dejadas por tan terrible abuso. Se los recomiendo.


jueves, febrero 01, 2007

Giri

Japón (y, en general, todo el oriente) es para mí un gran misterio. Casi nada conozco de su cultura y creo que nunca he siquiera entrado a un restaurante japonés. Nunca he bebido sake. Posiblemente si alguna vez visito Tokio, sería una versión resumida del personaje de "Lost in translation".

Bueno... de acuerdo: algo sabe uno de cada región del mundo (algo se aprendía ANTES en escuelas y colegios), por lo que, si me preguntan sobre Japón, podré hablar de Hirohito, de Yamamoto, del ataque a Pearl Harbor y de Hiroshima y Nagasaki (¡guerra endemoniada!); de los estadios del Mundial del 2002; de las marcas de autos que inundan nuestras calles; de las actuaciones de Ken Watanabe o las películas de Akira Kurosawa; del ikebana, del origami o del animé. Ultraman y Gotzilla destruyendo Tokio por enésima vez... Mmmm, la verdad es que, pensándolo bien, algo conozco de esa lejana tierra. Por lo menos sé que hablan en japonés y que no entiendo ni papa de japonés. Mi amigo y exalumno Luis Roberto vive y trabaja allá y un día me dio una copia de la Constitución de Japón, en la cual hay un artículo mediante el cual el pueblo japonés renuncia a la guerra para siempre. Un tema bien interesante, que Luis Ro investiga actualmente. Y también sé que espero ver pronto "Letters from Iwo Jima", de Clint Eastwood, uno de mis favoritos de siempre, desde los westerns "spaghetti" de Sergio Leone.

Hace pocos días, mi amigo Felipe me escribió un email contándome acerca de una partecita de las tradiciones japonesas: el Giri. Me decía: "El "giri" se podría traducir como una consideración y un respeto por las demás personas. Como parte de esta tradición, los japoneses siempre considerarán a su cliente como su cliente aunque les deje de comprar y a su profesor como profesor aunque les deje de enseñar. Esto me gustó porque las personas que uno conoce dejan una marca imborrable en uno que el tiempo moldea pero nunca logra borrar."

De inmediato me interesó el tema del Giri (Felipe lo llamó "severo y genial") y me di a la tarea de buscar alguna información. Según averigüé, GIRI es una palabra difícil de traducir o explicar: consiste, como decía mi amigo, en la "obligación" o "deber" (más moral que jurídico) de preocuparte por los que te han dado algo. Es como saberse deudores de aprecio, de atenciones, de gratitud recíproca, aunque eso implique algún sacrificio. Así, parece que está presente en las relaciones entre amigos, maestro-alumno, familia, negocios, etc. Según leí, su origen es samurai. El giri "obliga" a devolver favores y a que las relaciones sean armónicas (aunque al parecer, también influía en la actitud de los kamikases).

El concepto de giri sigue estando vigente en el país del sol naciente. Por giri, si recibes un regalo debes regalar tú también, de modo que dicen que en Japón se gasta mucho en regalos, pero casi nada en juicios. Interesante, ¿no creen? Quizá si nos ocupáramos más en los demás y no tuviéramos reparo en manifestar agradecimiento y prodigar atención a quienes nos han favorecido (ya sea con su conocimiento, con su amistad, con su patrimonio, con su tiempo, con su consejo, como sea) nuestra sociedad sería menos violenta.

Es curioso, pero sin saber nada acerca de esto, yo siempre había dicho que, para mí, mis alumnos de la universidad siguen siendo alumnos míos aunque pasen años. Felipe decía lo recíproco, es decir, profesores que siguen siendo profesores. Creo que esa idea está directamente relacionada con el Giri japonés. Porque yo también creo que la gratitud es la moneda de curso legal de las relaciones humanas.

Y ahora que los horarios de los cursos me han obligado a dejar de dar lecciones en la Universidad, todo eso adquiere una mayor relevancia para mí. Y la verdad, es asombroso cómo se puede aprender algo siempre.

Sayonara