jueves, agosto 24, 2006

Del spam y otros misterios sin resolver

Hace un año pude conseguir para mi PC una conexión ADSL (“Internet avanzada”) del ICE. Como parte del servicio, ICE me otorgó una cuenta de correo la cual no había usado (ni siquiera había ingresado a ella) en todos estos meses. Sin embargo, la curiosidad me ganó uno de estos días y entré para ver si por casualidad tenía algo en ese buzón.

Recalco que nunca había usado esa cuenta y que nunca he dado ese email a mis amigos, proveedores o acreedores: a nadie.

Pues bien: al abrir la cuenta tenía 338 correos sin leer, de los cuales el 100% eran spam. Considerando que se trataba de una cuenta nueva, sin uso, virginal, ¿de dónde diablos sacaron los remitentes de esos nefastos correos mi email? Un misterio sin resolver.

Se me ocurren varias hipótesis, pero como si son correctas algunas personas podrían resultar involucradas en una actividad ilícita (una lesión a la privacidad de los datos personales), mejor me reservo exponer esas conjeturas.

Según Wikipedia, se llama SPAM a los mensajes no solicitados, habitualmente de tipo publicitario, que por desgracia recibimos todos los días en nuestros buzones de correo, remitidos por inescrupulosos mercaderes sin nada que hacer más que perturbarnos o por sujetos tan tontos que piensan que somos más tontos que ellos y que vamos a caer en sus jueguitos y creer que “si no reenviamos la cadena nos atacarán las siete plagas de Egipto y se nos caerán las cejas”, o que “fulanito necesita un riñón porque ya perdió tres”.

(La definición de la Wikipedia es más técnica, de acuerdo. Dice que el spam nació en 1994 cuando una firma de abogados publicó en Usenet un anuncio con efectos masivos, y que desde entonces el marketing mediante email ha crecido a niveles impensados, yo diría que hace rato se ubica en el terreno de las “actividades abusivas”. De más está decir que muchas legislaciones prohíben el spam, sin mayor eficacia. Y otra cosa interesante que dice Wikipedia es de dónde viene la palabra: es una fusión apocopada de “Spiced ham”, alimento enlatado inventado en 1937 y usado en la guerra, inmortalizado por los grandes cómicos de Monty Python en un sketch de 1970, en el que aparecían de vikingos hambrientos.

Repito: ¿Cómo diablos llegaron esos spam a una nueva cuenta de correo, que nunca se había usado?


Bueno: ya que estaban ahí, antes de borrarlos – y luego de solicitar a algunos que no me enviaran más publicidad ni nada-, decidí perder algún tiempo en leerlos (abriendo sólo aquellos sin attachment, pues estos podían ser virus). Así, me di cuenta de cosas “maravillosas” y “grandes oportunidades” que “perdí” por no revisar a tiempo mi correo del ICE. Por ejemplo, a un tal David Chaves se le perdió su perro PONCHO y ofrecía diez mil colones de recompensa por el pobre animalejo “sin raza, color café, con las puntas de los pies y la cola color blanco, de más o menos 30 cm de altura y su rasgo más sobresaliente es que tiene la cola enrollada formando un círculo”. El paradero de Poncho es otro misterio sin resolver… Una tal ASECREDI me ofrecía seminarios-talleres sobre los temas más variados: manejo de quejas, legislación laboral, control de bodegas, clínica de ventas, cash-flow (¡qué snobismo!, ¿por qué no decir flujo de caja?) y otros. De más está decirles lo feliz que estoy de no haber participado en ninguno de esos cursos. No faltaban invitaciones de una empresa llamada Mercado CM, y de otra llamada Ecogiras y de otra llamada IPAC y de otra llamada Kaikaku, sobre seminarios y conferencias. Curiosamente, detecté que todas usan correos de gmail, que son gratuitos. Voy a verificar si gmail tiene reglas anti-spam, y quizá les avise, al menos si esas empresas insisten en enviarme basura. Y supe que la mejor oferta de lotes estaba en Santa Bárbara de Heredia; y que alguien podía reparar mi computadora; y que mi página web me estaba esperando y que Fundes me abría la puerta del éxito por medio de sus seminarios. Y la cámara de industrias quería saber si le vendo algo al Estado, porque (vaya coincidencia) mi buen amigo y gran jurista Ronald (un saludo desde acá para él) daba un curso sobre las leyes de contratación. Y había algo sobre ventas de obras de arte, y sobre la visita de un “gurú” internacional del capital humano llamado A.Portes (¿aportes?). Me hubiera gustado más una invitación a ver a Elmo y al Cookie Monster, en el espectáculo de Plaza Sésamo.


Y ofrecían un tratamiento para la “hiperhidrosis” (¿?), contra el sudor excesivo y el rubor facial. Me hubiera servido: desde que soy niño, me pongo rojo como un tomate cuando me da vergüenza. Incluso anunciaban la “semana de la inteligencia emocional”, término de una oscuridad desesperante, sobre el cual recomiendo leer el libro de Daniel Samper y Jorge Marona (de Les Luthiers) titulado “El tonto emocional”. Había clases de inglés, me construían la piscina, me vendían hermosísimas casas en Escazú, y el partido Unión Agrícola me ofreció en febrero “un cachimbal de oportunidades”. 


Ya borré toda esa basura, pero me queda un sinsabor, un sentimiento de desprotección. Como si mis datos personales, hasta los más íntimos, fuesen públicos. Una sensación de que alguien está comerciando con mi intimidad. ¿Será cierto? Puede ser… otro misterio sin resolver.


Me acordé de una caricatura de Randy Glassbergen, en la cual un sujeto en el cielo le saca la cuenta al recientemente muerto: “… y desperdició 5.73 años de su vida borrando el spam de su email”. Un buen epitafio, por cierto.


domingo, agosto 06, 2006

Cada persona tiene su tiempo

Nuestra vida personal recibe de parte de la sociedad en la que habitamos gran cantidad de estímulos y contra-estímulos. Desde niños somos educados para absorber como propias ciertas metas, sin que se nos dé la oportunidad de detenernos a pensar en su coherencia hacia nuestro propio proyecto de vida. Por ejemplo, muchos pasan diecisiete años estudiando a toda prisa para obtener un título universitario cuanto antes... ¿y por qué? 

No pregunto acerca del legítimo motivo (que doy como un supuesto) de forjar una profesión para conseguir los medios de subsistencia familiar o nuestras metas. La pregunta, me corrijo, más bien sería ésta: ¿por qué razón tanta prisa? ¿Por qué cuánto antes? ¿Cuánto antes de qué

Joaquín Garrigues, jurista español, decía que las carreras universitarias ya no se estudian sino que se corren, y afirmaba que a veces le costaba distinguir entre estudiantes de la carrera de derecho y estudiantes de derecho "a la carrera". Otro ejemplo: es común que la sociedad presione a nuestros jóvenes indicándoles “termina tu carrera y cásate”. En bastantes casos, si siguen esa corriente, a los pocos años algo fracasa. ¿Por qué?

Sostengo que la sociedad es poco solidaria con sus miembros, pues los compele a realizar ciertas tareas y asumir ciertos roles desde tempranas edades sin cuestionarse siquiera si el individuo estaba preparado para hacerlo, o si ese era su interés particular. Hacer algo que uno realmente no desea (estudiar lo que a uno no le interesa, viajar a un país al que uno no quiere viajar, sacar un postrado que no es prioridad, o casarse con quien uno no ama) puede acabar en tragedia personal. Pero la sociedad nos "obliga", en cierto modo, a no salirnos de las prácticas comunes, asumiendo que la igualdad jurídica de todos (igualdad de derechos) significa igualdad de intereses y de proyectos de vida. Gran error.

Ya me ha sucedido ver cómo uno o una de mis estudiantes recibe una fantástica oferta para viajar de intercambio a otro país, trabajar, aprender otro idioma y conocer gentes y paisajes distintos, y comprobar que, antes de que decida, es atacado por la sociedad con una carga negativa furibunda: "¿cómo te vas a atrasar un año en tus estudios?", le dicen. ¿Atrasar con respecto a quién?, pregunto. ¿Es que estamos todos en una misma competición? ¿Qué demonios es esto, un derby?. Son pocos los que, a pesar de esas presiones, siguen adelante en sus propios proyectos, con la fuerza del salmón.

¡Qué poco solidaria es una sociedad si obliga a personas de diecisiete años a escoger a esa edad la carrera que estudiarán y a la cual se dedicarán durante los próximos treinta o cuarenta años! Pero el que decide ir más despacio o busca otras metas es mal visto, y su caso se hace presente entre habladurías y comentarios críticos.

El ser humano actual no aprende a manejar el tiempo como una herramienta. Ya no se gasta tiempo para nada. La publicidad dice que el tiempo no debe gastarse sino invertirse, ahorrarse, como un bien de consumo en época de carestía. Nos venden esta idea: “ahorra tiempo y asegura tu futuro”. Esa frase es sólo parcialmente verdadera, porque el futuro siempre es incierto; aunque podría aceptarse siempre y cuando no destruya nuestro presente y nuestra personalidad.

Esto del "ahorro de tiempo" me acuerda a esos hombres grises creados por la pluma magistral de Michael Ende en "MOMO"; seres  que fumaban el tiempo que los hombres que no usaban, ya que habían logrado que los hombres olvidaran que el tiempo es vida y que la vida reside en el corazón. 

"-¿Por qué tienen la cara tan gris? -preguntó Momo mientras seguía mirando. -Porque viven de algo muerto -contestó el maestro Hora-. Tú sabes que viven del tiempo de los hombres. Pero ese tiempo muere literalmente cuando se lo arrancan de su verdadero propietario. Porque cada hombre tiene su propio tiempo. Y sólo mientras siga siendo suyo se mantiene vivo."

Cada persona tiene su propio tiempo. Su momento de hacer las cosas. Pero la sociedad pretende clonarnos, hacernos a la medida de un solo molde impersonal: una talla única. Eso crea una verdadera cultura de dependencia a nivel social, porque nadie se atreve a hacer su propio proyecto de vida ni a disentir en opiniones y metas.

En nuestra academia, por ejemplo, la cultura de la dependencia se hace patente cuando se busca y se logra que los estudiantes dependan de textos impuestos por el Ministerio y se limiten (casi por instinto de supervivencia) a repetir respuestas "oficialmente correctas" sin opinar ni criticar. Peor aún es cuando el autor del libro es el mismo profesor. El sistema no motiva la creación de un intelecto crítico (enseñar a pensar) ni de un intelecto imaginativo (la creación artística o intelectual) porque eso pondría en peligro esa dependencia. Si alguien se atreve a educar el intelecto o la creatividad, se expone a que lo expulsen o marginen, como al señor Keating, el profesor de la “Sociedad de los poetas muertos”. Pero todos sabemos que Keating tiene la razón.

La sociedad busca cortarnos con la misma tijera a todos, y cualquier intento de forjar una personalidad propia es considerado como rebeldía. Si es así, les sugiero ser rebeldes. Ser rebelde es plantearse retos personales (no concibo de otro modo la docencia sino como una gran fábrica de retos). Es asumir el reto de tener un proyecto de vida propio que rompa la dependencia de aquello de lo que no vemos necesario depender (modas, risas, consumismo, aplausos, teléfonos celulares). El cantautor costarricense Martín Valverde canta: "Discúlpeme, pero no: no me hace falta un aplauso para sentirme bien. Sólo aquel que es inseguro necesita disfrazar en un montón de halagos su inseguridad...". Debemos discernir que hay personas y bienes por las que no vale desvivirse y otros por los cuales sí. Cada uno podrá recordar los suyos. De lo que sí estoy seguro es de lo que dice Mr. Keating: “la medicina, el derecho y los negocios son búsquedas nobles. Ellas son necesarias para sostener la vida. Pero la poesía, la belleza, el romance y el amor: esas son por las cuales permanecemos vivos”.

La sociedad suma lo que tenemos (títulos, posesiones, colores de nuestras tarjetas de crédito) y lanza un total cuyo objetivo es catalogarnos como individuos, situarnos en un escalón de la "gran escalera social", a la vez que nos motiva a subir en ella a fuerza de más títulos, más posesiones y más tarjetas de crédito. Esa es la cultura de la dependencia que atenta contra la dignidad de la persona, porque vacía nuestra vida de contenido y de personalidad, y olvida que cada ser humano tiene su tiempo: un tiempo para estudiar y otro para cerrar los libros de texto; un tiempo para acompañar a nuestros amigos enfermos y otro para acompañar a don Quijote por la manchega llanura; un tiempo para soñar y otro para contar nuestros sueños. Un tiempo para ahorrar dinero y otro para gastarlo. Y siempre, tiempo para repasar nuestra existencia, corregir el rumbo, subir la montaña, hacerse a la mar y para amar y para dar a los demás lo mejor de nosotros y para pedir su ayuda.